UN BUEN REPORTE

Porque por ella (por la fe) alcanzaron buen testimonio los antiguos” (Hebreos 11:2)

 

La palabra griega para “alcanzaron”, en este pasaje, significa “dar testimonio, venir a ser un testimonio”. Nuestros ancestros en el Señor tenían una fe firme, una fe inconmovible, una fe anclada, la cual vino a ser un testimonio de la fidelidad de Dios en tiempos difíciles.

 

Primeramente, su espíritu les daba testimonio de que Dios estaba complacido con ellos. Ellos habían confiado en Él a lo largo de inundaciones, burlas, ataduras, prisiones, torturas, batallas, fosos de leones, fuego. Y después de todo esto, ellos conocieron el gozo del Señor sonriéndoles y diciéndoles: “¡Bien hecho! Creíste y confiaste en mí”.

 

Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” (Hebreos 11:6). Cuando quiera que nosotros mantenemos una posición firme en la fe a través de los momentos difíciles, tenemos la misma afirmación del Espíritu Santo: “Bien hecho, tú eres el testimonio de Dios”.

 

Cuando puedo descansar en medio de la tormenta, cuando he echado todas mis cargas sobre Cristo y he guardado con firmeza mi posición de fe, entonces he obtenido un “buen reporte”. Me estoy volviendo un faro de esperanza para aquéllos que me rodean. Aquéllos que ven mi vida en casa, en el trabajo y en mi cuadra, quizás no respondan tan abiertamente, pero sabrán que la esperanza y la redención están disponibles para ellos. Ellos podrán verme en mi hora de crisis y decir: “¡Hay esperanza! Ahí está de pie uno que no ha perdido su fe en Dios. Tengo delante de mí, un luchador que no va a rendirse. ¡El confía en su Dios!”.

 

A medida que aumentan las calamidades y el mundo cae en gran angustia, el creyente debe tener el testimonio de una fe inconmovible. Tenemos al Espíritu Santo morando en nosotros y tenemos la Biblia, la completa Palabra revelada de Dios. No podemos gloriarnos en nuestra carne, pero podemos apoyarnos en Su Palabra.

 

A lo largo de los años, he salido totalmente armado, determinado, diciendo: “Afirmaré mi corazón y no temeré. No escucharé las dudas ni los temores de mi carne. No me moveré, ni volveré atrás. No andaré haciendo pucheros, pataleando, ni revolcándome en autocompasión”. A pesar de todo, con frecuencia la incredulidad me robaba la victoria.

 

Todavía me falta aprender mucho sobre “afirmar mi fe”. Pero he saboreado la victoria que proviene de confiar en Dios en todas las cosas, cuando voluntariamente rindo todas mis cargas a Cristo y sigo mi camino, en reposo.