EN EL PUNTO DE QUIEBRE

Algunos pastores me han escrito para expresarme su preocupación por los muchos feligreses que simplemente se están rindiendo. “Cristianos buenos y honestos están tan agobiados con culpabilidad y condenación que causa desesperación. Cuando no pueden vivir de acuerdo a sus expectaciones, cuando caen de vuelta en pecado, ellos deciden rendirse”.

Un número creciente de cristianos están en el punto de quiebre. Algunos cristianos no se atreverían a albergar pensamientos de abandonar su amor por Jesús, pero en la desesperación, ellos consideran rendirse y ya no intentar más.

Hoy en día, algunos ministros continuamente predican sólo un mensaje positivo. Según ellos, cada cristiano está recibiendo milagros, cada uno está recibiendo respuestas instantáneas a sus oraciones; cada uno está sintiéndose bien, viviendo bien y todo el mundo brilla y es perfecto. Me encanta escuchar esa clase de prédicas porque yo realmente deseo todas esas cosas buenas y saludables para el pueblo de Dios. Pero las cosas no son así para un gran número de cristianos muy honestos y sinceros.

Por eso nuestros jóvenes se rinden en derrota. No pueden vivir de acuerdo a la imagen, creada por la religión de un cristiano sin problemas, rico, exitoso, siempre pensando positivo. Su mundo no es así de ideal; ellos viven con corazones rotos, crisis a cada hora y problemas familiares.

Pablo habló sobre los problemas: “…tribulación que nos sobrevino…fuimos abrumados en gran manera más allá de nuestras fuerzas, de tal modo que aun perdimos la esperanza de conservar la vida” (ver 2 Corintios 1:8).

Los pensamientos positivos no harán que estos problemas desaparezcan y “confesar” que estos problemas no existen realmente, no cambia nada. ¿Cuál es la cura? Hay dos absolutos que me han traído gran alivio y ayuda:
  • Dios me ama. Él es un Padre amoroso que sólo quiere levantarnos de nuestras debilidades. 
  • Es mi fe lo que le complace más. Él quiere que yo confíe en Él. 
“Te amo, oh Jehová, fortaleza mía. Jehová, roca mía y castillo mío, y mi libertador; Dios mío, fortaleza mía, en él confiaré; mi escudo, y la fuerza de mi salvación, mi alto refugio. Invocaré a Jehová, quien es digno de ser alabado, y seré salvo de mis enemigos” (Salmos 18:1-3).