EL VALOR DE UN SOLO CREYENTE

Un sábado por la noche, caminaba por la calle “Times Square”, mientras la calle estaba llena de turistas y otros haciendo compras por los días festivos. Se ha estimado que en una hora punta, cerca de un cuarto de millón de personas pasa por dicha área. Mientras yo me pare allí, oraba al mirar las multitudes.

En cierto punto, el Espíritu Santo me susurro: “David, mira a estas multitudes. Multiplícalas varias veces, y esa es la cantidad de mi pueblo que murió en el desierto. De todas esas masas, sólo dos entraron en mi reposo, Josué y Caleb. Todos los demás murieron antes de su tiempo, en desesperación e incredulidad”.

El pensamiento era abrumador para mí. Al ver las multitudes, me di cuenta de que todos ellos tenían el mensaje del evangelio disponible para ellos en cualquier momento, por medio de la televisión, radio, literatura, aun en Biblias gratuitas en las habitaciones de los hoteles. Si tan sólo ellos hubieran querido saberlo, se les habría dicho que el mismo Dios que hizo milagros para el antiguo Israel hace lo mismo para todos aquellos que lo aman hoy. Sin embargo, éstos no quieren conocerle a Él. Si ven a alguien repartiendo un folleto evangelístico, aceleran el paso y se despiden. No tienen más dioses sino el placer, el dinero y las posesiones.

De pronto, comencé a ver el valor, a los ojos de Dios, de un solo creyente. Y oigo a Jesús haciendo la misma pregunta hoy: “Cuando yo vuelva, ¿hallare fe en la tierra?” (ver Lucas 18:8). Veo a Cristo, el escudriñador de los corazones de los hombres, recorriendo todas estas avenidas y hallando a pocos que realmente Lo aman. Lo veo buscando en los campos de las universidades, preguntando: “¿Quién creerá en Mí aquí?” Lo veo buscando en Washington, D.C., a aquellos que lo aceptarán y encontrando pocos. Lo veo buscando en naciones enteras y encontrando sólo un remanente.

Finalmente, Él examina a Su iglesia, buscando siervos con una fe verdadera. Pero lo que Él ve le quebranta el corazón, entristeciéndolo profundamente. Lo escucho clamar como lo hizo por el antiguo Israel: “¡Jerusalén, Jerusalén… cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!” (Mateo 23:37).

Como ministro del Señor, llevo la carga de mi Pastor. Y siento Su dolor. Ahora mismo, lo escucho diciendo: “Aun en Mi casa, encuentro tan pocos que tienen fe. Muchos de Mis propios hijos, incluyendo a Mis pastores, desmayan es sus tiempos de prueba. Ellos no confían en Mí por sus familias, sus trabajos, su futuro. Ciertamente, muchos han hecho su elección”.

Entonces, ¿qué acerca de ti? El Señor se acerca a todos nosotros, preguntando: ¿Creerás en Mí? ¿Confías en Mí? Cuando Yo vuelva, ¿hallare fe en ti?” ¿Cómo responderás?