EL ABRE MIS OÍDOS

Yo no comprendía cuan culpable era de este horrible pecado de tener oídos contaminados, hasta que fui de viaje de predicación a las islas Británicas. Mi hijo Gary y yo, estábamos siendo llevados a un evento de predicación por un pastor que nos preguntó cortésmente como iban nuestras reuniones. Cuando traté de responderle, me interrumpió para hablarme sobre su propia predicación. Esto pasó varias veces, y cada vez, él era “superior” a mí, con historias de tener multitudes más grandes y visitar más países que yo.

Finalmente, decidí guardar silencio y dejarlo hablar. En cierto punto, miré a Gary e hice un gesto con los ojos pensando: “Que hombre más jactancioso. Este predicador habla sin parar”.

Entonces sentí la suave reprensión del Espíritu, susurrándome: “David, piensa porque estás disgustado. Es porque este hombre no te está escuchando. Tú querías ser el que habla, y ahora que estás oyendo sus historias, quieres jactarte de tu propio ministerio. Puede que hayas dejado de hablar, pero tienes un espíritu de jactancia en tu corazón”.

Y lo que es peor, yo había contaminado mi boca. Nota que yo no había dicho nada terrible sobre este hombre, de hecho, no había dicho ni una palabra sobre él. Sin embargo, con apenas haber hecho un gesto con mis ojos, yo lo había calumniado frente a mi hijo.

Puedo hablar sobre santidad, puedo exponer los pecados de la sociedad y puedo predicar sobre la victoria del Nuevo Pacto, pero si permito que mis oídos se contaminen, es decir, si rechazo a otra persona al enfocarme en mis propios intereses, si no puedo escucharle con respeto, entonces la vida de Cristo no es prolongada en mí. Ya no estoy llevando una vida que satisface a mi Señor, y no estoy produciendo el fruto de su aflicción.

“Despertará mi oído para que oiga como los sabios. Jehová el Señor me abrió el oído, y yo no fui rebelde, ni me volví atrás. (Isaías 50:4-5).

“Has abierto mis oídos” (Salmos 40:6).