LA PRUEBA
Los hijos de Israel estaban absolutamente indefensos: padres, madres, príncipes, líderes, ninguno sabía a dónde ir. No había camellos cargados con provisiones. No había frutas secas, pescado seco, pan, higos, dátiles, uvas ni nueces. Sin duda, habían visto perecer la caravana de provisiones de Faraón, ¡grandes carros cargados de comida flotando en el Mar Rojo! Su pensamiento lógico seguramente era: "Dios sabía el día y la hora en que saldríamos de Egipto. Si Moisés habla con Dios, ¿por qué no nos dijo que trajéramos alimentos para seis meses? Incluso los dioses de Egipto tratan mejor a sus soldados. ¿Para qué nos hicieron tomar todo este oro, plata y joyas? “¡No podemos comer esto, no vale nada aquí!”
No se veía ni siquiera una brizna de hierba, no había animales para cazar, no había árboles frutales ni extranjeros con quienes hacer comercio. No podían volver a Egipto, incluso si hubieran querido, ¡porque el Mar Rojo bloqueaba su retirada! Y aun si hubieran podido rodear el mar, los egipcios habrían impedido su retorno con cada palo y piedra que hubiera en Egipto, a causa de todas las plagas que recibieron.
Así que ahora, ellos no tenían nada, excepto un desierto vacío y árido por delante. Los niños lloraban y las esposas retorcían sus manos. Cada padre y cada esposo se sentían impotentes y humillados. Todos se reunieron alrededor de Moisés y se quejaron: "Nos habéis sacado a este desierto para matar de hambre a toda esta multitud” (Éxodo 16:3).
Esta fue una humillación para Israel y para nosotros hoy, es una lección. "Estas cosas sucedieron como ejemplos para nosotros, para que no codiciemos cosas malas, como ellos codiciaron... y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos" (1 Corintios 10:6,11).
Dios llevó a Israel a un lugar de humillación total.
La prueba de los israelitas no se trataba de tener la valentía de enfrentar poderosos enemigos, porque Dios ya había mostrado su voluntad de pelear las batallas por ellos. Sino que se trataba de las bendiciones para las que ellos no estaban preparados: buenas casas, grandes depósitos de vino, ríos de leche, abundancia de miel, trigo y ganado, sin mencionar todas las bendiciones espirituales.
“Y te afligió, y te hizo tener hambre, y te sustentó con maná…para hacerte saber que no sólo de pan vivirá el hombre, mas de todo lo que sale de la boca de Jehová vivirá el hombre” (Deuteronomio 8:3).
No se veía ni siquiera una brizna de hierba, no había animales para cazar, no había árboles frutales ni extranjeros con quienes hacer comercio. No podían volver a Egipto, incluso si hubieran querido, ¡porque el Mar Rojo bloqueaba su retirada! Y aun si hubieran podido rodear el mar, los egipcios habrían impedido su retorno con cada palo y piedra que hubiera en Egipto, a causa de todas las plagas que recibieron.
Así que ahora, ellos no tenían nada, excepto un desierto vacío y árido por delante. Los niños lloraban y las esposas retorcían sus manos. Cada padre y cada esposo se sentían impotentes y humillados. Todos se reunieron alrededor de Moisés y se quejaron: "Nos habéis sacado a este desierto para matar de hambre a toda esta multitud” (Éxodo 16:3).
Esta fue una humillación para Israel y para nosotros hoy, es una lección. "Estas cosas sucedieron como ejemplos para nosotros, para que no codiciemos cosas malas, como ellos codiciaron... y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos" (1 Corintios 10:6,11).
Dios llevó a Israel a un lugar de humillación total.
La prueba de los israelitas no se trataba de tener la valentía de enfrentar poderosos enemigos, porque Dios ya había mostrado su voluntad de pelear las batallas por ellos. Sino que se trataba de las bendiciones para las que ellos no estaban preparados: buenas casas, grandes depósitos de vino, ríos de leche, abundancia de miel, trigo y ganado, sin mencionar todas las bendiciones espirituales.
“Y te afligió, y te hizo tener hambre, y te sustentó con maná…para hacerte saber que no sólo de pan vivirá el hombre, mas de todo lo que sale de la boca de Jehová vivirá el hombre” (Deuteronomio 8:3).