¡LA INCREDULIDAD INTERRUMPE NUESTRA INTIMIDAD CON DIOS!

“Pero sin fe es imposible agradar a Dios, porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que él existe y que recompensa a los que lo buscan.” (Hebreos 11:6).

¡Toda la oración del mundo no le hará nada de bien hasta que usted la mezcle con fe! Usted puede ayunar y orar por tres días, o tres semanas, pero sin fe, usted no agradará a Dios. Todas las horas de oración, todas sus peticiones, todas las veces que “usted acude a Él” no tendrán provecho a menos de que ¡usted ancle su corazón a la fe!

“Pero pida con fe, no dudando nada, porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra. No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor...” (Santiago 1:6-7).

Si usted pasa dos horas en la presencia de Dios sin creer que Él le contestará, entonces ¡usted lo está avergonzando durante esas dos horas! Posiblemente usted se sienta bien después de haber orado por ese tiempo o se sienta santo, pero en realidad ¡usted está perdiendo su tiempo! Usted le está dando a Dios dos horas de incredulidad y dudas.

Yo conozco a cristianos que oran diariamente, e incluso sollozan delante del Señor, pero nada sucede. Ellos continúan agobiados y deprimidos. Sus vidas están bajo confusión, todo esto porque ellos han avergonzado al Señor al venir a Su presencia sin estar completamente persuadidos de que Él hará lo que ha prometido!

“Por tanto, os digo que todo lo que pidáis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá.” (Marcos 11:24).

“Y todo lo que pidáis en oración, creyendo, lo recibiréis.” (Mateo 21:22).

Muchas personas del pueblo de Dios viven como indigentes espirituales porque algo les sucedió que los llevó a cuestionar el amor de Dios. Ellos dicen, “¿Cómo puedo confiar en Dios cuando no comprendo por qué Él permitió que esta situación me aconteciera?”

No hay respuesta humana ante su confusión. Pero Dios sabe el principio y el final, y solamente cuando estemos en el cielo podremos entender por qué algunos de esos vientos y mareas nos golpearon y por qué Dios lo permitió.

Isaías presentó una respuesta y creo que es todo lo que necesitamos saber: “«¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre?...yo nunca me olvidaré de ti! He aquí que en las palmas de las manos te tengo esculpida...” (Isaías 49:15-16).

Dios nos ha dado Su Palabra: “Tú eres Mi hijo. Estás escrito en la palma de Mi mano. Por tanto confía en mí!”