TRAERLOS A CASA A LA GLORIA by Gary Wilkerson
El Padre celestial no estaba dispuesto a perder a Sus amadas criaturas en manos de los poderes del infierno, así que ideó un plan para rescatarnos: “Entonces hablaste en visión a tu santo, y dijiste: He puesto el socorro sobre uno que es poderoso; he exaltado a un escogido de mi pueblo” (Salmo 89:19). El Padre dijo a Su Hijo: "La humanidad se volverá débil y miserable a causa de su pecado, incapaz de encontrar su camino de regreso hacia Mí. Te nombro como Mi Santo para ayudarlos y traerlos de vuelta a Mi favor".
Lo siguiente que escuchamos son las propias palabras del Hijo sobre el pacto: “El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón” (Salmo 40:8). Cada cosa que Jesús hizo en la tierra cumplió plenamente los términos del pacto: “Porque yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me envió, él me dio mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he de hablar” (Juan 12:49).
La Biblia establece claramente estos términos. Jesús iba a despojarse de toda la gloria celestial, tomando un cuerpo humano: “[Él] se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres” (Filipenses 2:7). Iba a soportar oprobios y sufrimiento, "varón de dolores, experimentado en quebranto”. Se fue haciendo indeseable al mundo: "no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos" (Isaías 53:2). Después de todo esto, él se entregaría en manos de hombres perversos, y en gran agonía pondría su vida como ofrenda por el pecado de la humanidad. Al hacer la expiación, él tendría que soportar la ira de Dios por un tiempo.
Dios entonces le especificó a Su Hijo el tipo de ministerio que debía emprender para redimir a la humanidad. Le dijo a Jesús: "Tu ministerio es llegar a ser un sacerdote. Conozco a todos mis hijos desde la fundación del mundo, y ahora te los daré como un rebaño para que tú los pastorees". Jesús testificó en la tierra: "Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera" (Juan 6:37).
Finalmente, el Padre instruyó a su Hijo: "Si escoges ir, entonces requeriré esto de ti: tú deberás predicar las buenas nuevas a los abatidos, vendar a los quebrantados de corazón, proclamar libertad a los cautivos, abrir las puertas de la prisión a los prisioneros, cargar con las debilidades de los débiles, soportar tiernamente a los ignorantes, suplir sus carencias con tu fuerza, alimentar al rebaño, llevarlos en tu seno, conducir suavemente a los jóvenes, prestar tu fuerza a los débiles, guiarlos a todos según tu consejo, prometerles el Espíritu Santo para continuar la obra de su liberación y traerlos a casa a la gloria contigo." (Ver Isaías 61:1-3).
Lo siguiente que escuchamos son las propias palabras del Hijo sobre el pacto: “El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón” (Salmo 40:8). Cada cosa que Jesús hizo en la tierra cumplió plenamente los términos del pacto: “Porque yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me envió, él me dio mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he de hablar” (Juan 12:49).
La Biblia establece claramente estos términos. Jesús iba a despojarse de toda la gloria celestial, tomando un cuerpo humano: “[Él] se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres” (Filipenses 2:7). Iba a soportar oprobios y sufrimiento, "varón de dolores, experimentado en quebranto”. Se fue haciendo indeseable al mundo: "no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos" (Isaías 53:2). Después de todo esto, él se entregaría en manos de hombres perversos, y en gran agonía pondría su vida como ofrenda por el pecado de la humanidad. Al hacer la expiación, él tendría que soportar la ira de Dios por un tiempo.
Dios entonces le especificó a Su Hijo el tipo de ministerio que debía emprender para redimir a la humanidad. Le dijo a Jesús: "Tu ministerio es llegar a ser un sacerdote. Conozco a todos mis hijos desde la fundación del mundo, y ahora te los daré como un rebaño para que tú los pastorees". Jesús testificó en la tierra: "Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera" (Juan 6:37).
Finalmente, el Padre instruyó a su Hijo: "Si escoges ir, entonces requeriré esto de ti: tú deberás predicar las buenas nuevas a los abatidos, vendar a los quebrantados de corazón, proclamar libertad a los cautivos, abrir las puertas de la prisión a los prisioneros, cargar con las debilidades de los débiles, soportar tiernamente a los ignorantes, suplir sus carencias con tu fuerza, alimentar al rebaño, llevarlos en tu seno, conducir suavemente a los jóvenes, prestar tu fuerza a los débiles, guiarlos a todos según tu consejo, prometerles el Espíritu Santo para continuar la obra de su liberación y traerlos a casa a la gloria contigo." (Ver Isaías 61:1-3).