EN LA PRESENCIA DE SU PADRE

Fue durante estas horas a solas con el Padre que Cristo oyó Su voz hablar. De hecho, Jesús recibió cada palabra de aliento, cada advertencia profética, mientras estaba en oración. Él hacia peticiones al Padre, le adoró y se sometió su voluntad. Y después de cada milagro, cada enseñanza, cada enfrentamiento con un fariseo, Jesús se apresuraba para tener compañerismo con Su Padre.

Vemos este tipo de devoción en Mateo 14. Jesús acababa de recibir noticias de la muerte de Juan el Bautista. "Oyéndolo Jesús, se apartó de allí en una barca a un lugar desierto y apartado" (Mateo 14:13). (Me pregunto si Él fue al mismo desierto dónde Juan había pasado años en meditación y preparación para el ministerio).

Jesús estaba allí solo, orando y profundamente afligido por la muerte de Juan. Juan había sido un amigo querido, así como un respetado profeta de Dios. Ahora, mientras Cristo estaba en comunión con el Señor, le pidió y recibió gracia. Y allí, en el desierto, Jesús recibió dirección para el próximo día.

Inmediatamente, después de dejar el lugar, Cristo comenzó a hacer milagros: “Saliendo Jesús, vio una gran multitud, y tuvo compasión de ellos, y sanó a los que de ellos estaban enfermos” (Mateo 14:14). Ese mismo día, Jesús alimentó a cinco mil a partir de cinco panes y dos peces. Trata de imaginar ¡qué día tan ocupado, cargado y ajetreado para Él! Más tarde, en aquel día, Él despidió a las multitudes.

Así que, ¿qué hizo Jesús en ese punto? Tú pensarías que Él buscaría descanso una comida tranquila. Quizás reuniría a unos cuantos de Sus discípulos más cercanos y relataría los eventos del día. O, quizás deseaba ir a Betania, para ser animado por la hospitalidad de la familia de María y Martha.

Jesús no hizo ninguna de estas cosas. La Escritura dice: "Despedida la multitud, subió al monte a orar aparte; y cuando llegó la noche, estaba allí solo" (Mateo 14:23). Una vez más, Jesús se apresuró a ir hacia el Padre. Él sabía que el único lugar para recuperarse estaba en la presencia de Su Padre.