UNA PALABRA ALENTADORA

Cuando personalmente necesito alguna medida de esperanza, quiero hablar con alguien que conozca, alguien que tenga experiencia en soportar tribulación y dolor. No quiero a nadie que me ofrezca banalidades huecas, como “Sólo sigue agarrándote” o “Sólo confía en Dios”. Mi alma sufriente no puede ser movida o tocada por meras palabras de lástima humana.
Más bien, me encantaría hablar durante media hora con el creyente que me escribió un correo electrónico sobre tener que ver a su esposa morir lentamente de la enfermedad de Lou Gehrig. Cuando este hombre me describió la profundidad de su dolor, dijo: “Dios es bueno. Él me está acompañando en estos momentos”.
También me encantaría hablar con la mujer cristiana en Indonesia que ha sufrido dolores físicos durante años, soportando una operación tras otra. A pesar de su tribulación en curso, ella alaba a Dios y le da gloria en todas las cosas. Aquí hay alguien que tiene las dos cosas: paciencia y experiencia en el sufrimiento que obra para esperanza.
Mi fe y esperanza son muy alentados por los amigos que conozco, que son veteranos de la guerra espiritual. He sido testigo de las muchas tribulaciones de tales amigos fieles y conozco su presente sufrimiento, pesar y dolor. Cuando los llamo, les pregunto: “¿Cómo estás?”. Yo conozco la respuesta de antemano; y me trae mucha esperanza.
No falsifican sus respuestas. Son totalmente honestos cuando dicen: “David, estoy realmente lastimado. A veces el dolor me abruma. A veces me duele tanto que me hace llorar”.
Estos santos soportan los fuegos de la aflicción. Sin embargo, siempre viene de ellos una palabra alentadora: “Dios me está acompañando. Sé que Él es fiel y yo confío en El. Yo sé que Él está conmigo”.