EL SEÑOR ES EL SALVADOR DE SU PUEBLO

Mientras leo el Antiguo Testamento, encuentro mi fe muy alentada por el ejemplo que David dejó. Estoy impresionado por su determinación en escuchar a Dios en medio de sus tiempos peligrosos.
Después de una batalla, David y su ejército estaban haciendo un viaje de tres días de vuelta a casa cuando su aldea de repente fue atacada por los amalecitas. Este enemigo feroz secuestró a las familias de David y de sus hombres y quemó toda la ciudad. Imagínense la escena cuando ellos regresaron: “Vino, pues, David con los suyos a la ciudad, y he aquí que estaba quemada, y sus mujeres y sus hijos e hijas habían sido llevados cautivos” (1 Samuel 30:3).
Me imagino a estos poderosos hombres, caminando atónitos y desconcertados, gritando en agonía: “¿Cómo pudo suceder esto? ¿Por qué lo permitiría Dios?”.
“Entonces David y la gente que con él estaba alzaron su voz y lloraron, hasta que les faltaron las fuerzas para llorar” (30:4, énfasis añadido).
Esta escena de la vida de David nos muestra que cuando la calamidad golpea, indudablemente, es tiempo de llorar. Después de todo, este no era un desastre pequeño. No fue sólo la pérdida de hogares, ganado o cultivos, lo que produjo que los poderosos hombres de David lloraran; pronto superarían eso. Más bien, era la amenaza para sus amadas esposas e hijos, la que atravesaba sus almas. Y lo que siguió a esta escena podría haber sido aún más desastroso para David: "Y David se angustió mucho, porque el pueblo hablaba de apedrearlo, pues todo el pueblo estaba en amargura de alma" (30:6).
Amados, incluso los más piadosos entre nosotros pueden experimentar un temblor de corazón, una repentina oleada de miedo, cuando llega una terrible crisis. En tal momento, no es pecado tener un momento de profunda ansiedad. Pero el Señor quiere que todo corazón cansado y turbado oiga: "¡No temas! ¡Ten animo, porque el Señor es el Salvador de Su pueblo!"