LA MISERICORDIA DE DIOS
En Hechos, capítulo 9 vemos que un hombre llamado Saulo de Tarso, uno de los hombres más religiosos de todos los tiempos, viajaba hacia Damasco. ¿Por qué hacia este viaje?
Saulo estaba tan lleno de odio hacia Jesús que con determinación perseguía a la Iglesia de Dios, incluso fuera del territorio judío. Así que estaba en camino a Damasco, buscando destruir al pueblo del Señor.
“Saulo, respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, vino al sumo sacerdote, y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, a fin de que si hallase algunos hombres o mujeres de este Camino, los trajese presos a Jerusalén.” (Hechos 9:1-2)
Considera la acción de Dios hacia este hombre que más tarde se convirtió en el evangelista cristiano más grande que jamás haya existido. Repentinamente, una luz del cielo resplandeció a su alrededor: “Mas yendo por el camino, aconteció que al llegar cerca de Damasco, repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo; y [cayó] en tierra” (Hechos 9:3-4). Saulo más tarde diría: “yo con toda buena conciencia he vivido delante de Dios hasta el día de hoy”.
¿Cuál fue el objetivo de esta luz brillante? ¿Para confundirlo? ¿Para ponerlo bajo culpa y condenación? ¿Para destruirlo? ¿Para pronunciar ira y juicio sobre él? No. Esta luz resplandeció para anunciarle a Saulo que su iniquidad había sido perdonada y su pecado cubierto.
Imagina a Saulo postrado ante la luz brillante y escuchando la voz de Jesús. En lugar de escuchar acusaciones de parte de un Dios santo, debido al camino en el que andaba, las palabras que escucha son: “¡Yo soy Jesús a quien tu persigues!” En ningún momento Dios hizo mención de la impiedad de sus acciones. ¿Por qué? Porque aquel al que Saulo estaba persiguiendo era su mejor Amigo.
Amados, este mismo Jesús nos ofrece la misma misericordia. Aunque somos merecedores de juicio, le oímos decir: “Yo soy Jesús, tu Redentor”.
Agradécele este día por la misericordia que Él te ha mostrado.
Saulo estaba tan lleno de odio hacia Jesús que con determinación perseguía a la Iglesia de Dios, incluso fuera del territorio judío. Así que estaba en camino a Damasco, buscando destruir al pueblo del Señor.
“Saulo, respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, vino al sumo sacerdote, y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, a fin de que si hallase algunos hombres o mujeres de este Camino, los trajese presos a Jerusalén.” (Hechos 9:1-2)
Considera la acción de Dios hacia este hombre que más tarde se convirtió en el evangelista cristiano más grande que jamás haya existido. Repentinamente, una luz del cielo resplandeció a su alrededor: “Mas yendo por el camino, aconteció que al llegar cerca de Damasco, repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo; y [cayó] en tierra” (Hechos 9:3-4). Saulo más tarde diría: “yo con toda buena conciencia he vivido delante de Dios hasta el día de hoy”.
¿Cuál fue el objetivo de esta luz brillante? ¿Para confundirlo? ¿Para ponerlo bajo culpa y condenación? ¿Para destruirlo? ¿Para pronunciar ira y juicio sobre él? No. Esta luz resplandeció para anunciarle a Saulo que su iniquidad había sido perdonada y su pecado cubierto.
Imagina a Saulo postrado ante la luz brillante y escuchando la voz de Jesús. En lugar de escuchar acusaciones de parte de un Dios santo, debido al camino en el que andaba, las palabras que escucha son: “¡Yo soy Jesús a quien tu persigues!” En ningún momento Dios hizo mención de la impiedad de sus acciones. ¿Por qué? Porque aquel al que Saulo estaba persiguiendo era su mejor Amigo.
Amados, este mismo Jesús nos ofrece la misma misericordia. Aunque somos merecedores de juicio, le oímos decir: “Yo soy Jesús, tu Redentor”.
Agradécele este día por la misericordia que Él te ha mostrado.