LA PROVISIÓN DE DIOS Y SU AMOR INCONDICIONAL

La parábola del hijo pródigo se trata de dos hijos, uno que llega al final de sus propios recursos, y otro que no reclama los recursos de su padre. Esta parábola también habla sobre el amor incondicional del padre y de la provisión en su casa.

El hijo menor se dirigió a su padre y le dijo: "Dame la parte de la hacienda que me corresponde" (Lucas 15:12). La parte que recibió y luego perdió, representa sus propios intereses: sus talentos, sus capacidades, todas las cosas que utilizamos para enfrentar la vida y todos sus problemas. Él dijo, "tengo inteligencia, buen ingenio y buen antecedente. ¡Puedo salir y vivir por mi cuenta! "

La actitud del hijo menor describe a los cristianos de hoy en día. Sin embargo, cuando las cosas se ponen difíciles, ¡cuán pronto llegamos al final de nuestros propios recursos! ¡Cuan rápido gastamos todo lo que tenemos dentro de nosotros mismos! ¡Podemos calcular nuestra salida de algunos problemas y encontrar la fuerza interior para algunas pruebas, pero llega un tiempo cuándo el hambre golpea el alma!

Usted llega al final de sí mismo sin saber qué camino tomar. Sus amigos no pueden ayudarle, queda vacío, sufriendo, sin nada ni nadie a quien pueda acudir. Usted está agotado y sus ganas de luchar se han acabado. Todo lo que le queda es miedo, depresión, vacío y desesperanza.

¿Sigue dando vueltas en la pocilga del diablo, revolcándose en el vacío, muriendo de hambre? Eso es lo que pasó con el hijo pródigo. ¡No quedaba nada en él que pudiera aprovechar! Había agotado todos sus recursos y se dio cuenta hasta dónde le había llevado su independencia. Pero, ¿qué ocurrió para que finalmente volviera en sí? ¡Se acordó de toda la abundante provisión en casa de su padre! Él dijo, "me muero de hambre aquí. Pero en casa de mi padre ¡el pan sobra!". Decidió entonces regresar y tomar la abundante y generosa provisión de su padre.

No hay ni una sola palabra en esta parábola que indique el hijo pródigo volvió por amor a su padre. Es cierto que se arrepintió, de hecho, cayó de rodillas, llorando: "Padre, ¡lo siento! He pecado contra ti y contra Dios. Yo no soy digno de entrar en su casa,” pero él nunca dijo: " ¡Padre, he vuelto porque te quiero!"

Lo anterior nos revela que el amor de Dios para con nosotros es sin condiciones, no depende de nuestro amor por Él. La verdad es que Él nos amó aún cuando nuestros corazones estaban lejos de Él. ¡Este es el amor incondicional!