MANTENIENDO UNA VIDA DE ORACIÓN

Yo debo mantener una vida de oración para poder superar la sequedad espiritual. ¿Por qué no oramos como deberíamos de hacerlo? Sabemos que todas nuestras cargas pueden ser levantadas cuando nos encerramos con él. La voz del Espíritu Santo nos sigue llamando a la oración, “¡Ven!”

Venga al agua que satisface a la sed del alma. Venga al Padre, que se compadece de sus hijos. Venga al Señor de la vida, el cual promete perdonar cada pecado cometido. Venga a Aquél que rehúsa condenarlo o abandonarlo o esconderse de usted.

Podemos tratar de escondernos de Dios debido a culpa o condenación, pero él nunca se esconde de nosotros. Venga confiadamente a su trono de la gracia, aún cuando usted haya pecado y fallado. Él perdona al instante a aquellos que se arrepienten con una tristeza devota. Usted no tiene que pasar horas ni días en remordimiento y culpa, ni tiene que ganarse nuevamente su favor de vuelta. Vaya al Padre, doble sus rodillas, abra su corazón, y derrame su agonía y dolor. Cuéntele a él su soledad, su sentimiento de abandono, sus miedos y sus errores.

Tratamos de hacer cualquier cosa menos orar. Leemos libros, buscamos fórmulas y guías. Buscamos amigos, ministros, y consejeros, buscando en todos lados una palabra de aliento o de consejo. Buscamos mediadores y nos olvidamos de aquél Mediador que tiene la respuesta para todo.

Nada disipa la sequedad y el vacío tan rápidamente como una hora o dos de estar encerrados con Dios. Nada puede tomar el lugar de orar al Padre en ese lugar secreto y apartado. Esa es la solución para cada época seca.

“Porque yo derramaré aguas sobre el sequedal, ríos sobre la tierra seca. Mi espíritu derramaré sobre tu descendencia, y mi bendición sobre tus renuevos” (Isaías 44:3).