SEÑOR, OYE MI VOZ

“De lo profundo, oh Jehová, a ti clamo. Señor, oye mi voz; estén atentos tus oídos a la voz de mi súplica. JAH, si mirares a los pecados, ¿Quién, oh Señor, podrá mantenerse? Pero en ti hay perdón, para que seas reverenciado.” (Salmo 130:1-4).

David se angustió por el escándalo que había causado en Israel. Su pecado fue descubierto, y todo el mundo lo sabía. Su pesar por la vergüenza que había causado era tan abrumador, que le rogó a Dios, “No me pongas por escarnio del insensato” (39:8).

Conozco un sin número de cristianos que al igual que David, aman a Jesús, sin embargo, han pecado horriblemente en contra de la luz que les fue dada. Han escuchado miles de sermones, han leído la Biblia diariamente por años, y han pasado innumerables horas en oración, sin embargo han pecado a pesar de todas las bendiciones de Dios. ¿Cómo? ¡Porque tienen un pecado que los asedia que nunca han confrontado!

Con el tiempo, su pecado ha cortado su comunión con Jesús y ahora el Espíritu Santo ha señalado su hábito, poniéndolo en alto ante ellos. Él les está advirtiendo: “¡Basta ya, este pecado tiene que salir! No aceptaré que continúes consintiéndolo. De ahora en adelante, estás bajo plazo. He expuesto tu pecado ante ti, pero pronto puede ser expuesto ante el mundo.

Cada vez que entran en la casa de Dios, no pueden levantar el rostro y lloran como David: “¡Mis pecados son muy numerosos! ¡Mi iniquidad se ha apoderado de mí, y ni siquiera puedo levantar mi rostro al cielo!”

Han perdido todo el gozo y la libertad que una vez disfrutaban, no pueden orar ni cantar con vida o poder, y acarrean un sentimiento de fracaso. Se han vuelto débiles, enfermos del alma, encorvados y listos para desmayar. ¡Y saben que es por su pecado que ha cortado su comunión con Dios!

¿Es ésta una descripción de la condición de tu alma en este momento? Si es así, dale gracias a Dios por su misericordia. ¡El está implantando en ti un temor santo del Señor!