PAGA CON ALABANZAS

Dios nunca se queja por el poder de Sus enemigos, sino más bien por la impaciencia de Su propio pueblo. Dios quiere que confiemos en Su amor, porque el amor es el principio desde el cual Él siempre obra y del cual Él jamás se desvía. Cuando Él frunce el ceño, reprende con Sus labios o golpea con Su mano, aun en todo esto, Su corazón arde de amor y todos sus pensamientos para con nosotros son de paz y bondad.

Toda hipocresía radica en la desconfianza y el alma que no puede confiar en Dios, a la larga no podrá serle fiel. Una vez que empezamos a cuestionar Su fidelidad, comenzamos a vivir por nuestros propios medios, cuidándonos a nosotros mismos. Al igual que los hijos descarriados de Israel, decimos: “Levántate, haznos dioses…porque a este Moisés…no sabemos qué le haya acontecido” (Éxodo 32:1).

¿Cómo puede ser preservado el amor a Dios en un corazón que se queja? La Palabra lo llama: “contender con Dios”. Sólo un necio se atreve a hallar una falta en Él. Él retará a dicha persona a poner su mano sobre su boca o de lo contrario ser consumido por la amargura.

El Espíritu Santo gime dentro de nosotros con gemidos indecibles, con ese lenguaje del cielo que ora conforme a la perfecta voluntad de Dios. Pero la queja carnal que proviene del corazón del creyente desencantado es veneno. La murmuración impidió a toda una nación entrar a la Tierra Prometida, y hoy, está impidiendo que multitudes reciban las bendiciones del Señor. Gime, si es necesario, pero Dios no permita que murmures.

Las promesas de Dios, que Él dice que nos sostendrán, son como el hielo en un lago congelado. El creyente se aventura con confianza, pero el inconverso, con temor de que éste se quiebre debajo de él y lo deje sin saber qué hacer.

Si Dios se está retrasando, simplemente significa que tu solicitud está ganando intereses en Su Banco de bendiciones. Los santos de Dios estaban tan seguros de Su fidelidad a Sus promesas, que se gozaban incluso antes de ver cualquier conclusión. Iban con gozo, como si ya lo hubieran recibido. ¡Dios quiere que nosotros paguemos en alabanzas antes de recibir las promesas!

El Espíritu Santo nos ayuda en la oración, y, ¿no es Él bienvenido en el trono? ¿Negaría el Padre al Espíritu? ¡Nunca! Ese gemido en tu alma no es menos que Dios mismo y Dios no va a negarse a sí mismo.