IGNORANDO LA PALABRA DE DIOS

Estoy seguro de que Josafat estaba convencido de que estaba actuando con justicia cuando se comprometió a unirse a Acab en la guerra. De hecho, la Escritura dice: “…dijo Josafat al rey de Israel: Te ruego que consultes hoy la palabra de Jehová” (2 Crónicas 18:4). Él dijo: "Vamos a pedir al Señor Su consejo sobre el asunto. ¡No haremos nada hasta que oigamos de Él!"

Dios les hizo saber con claridad Su palabra a Josafat y a Acab, sin dejar duda alguna en cuanto a lo que Él pensaba sobre este asunto: “¡La suerte está echada! Vayan a su propio riesgo. Nada más que muerte y derrota les esperan en el campo de batalla” (Ver 2 Crónicas 18: 16).

En este punto, Josafat parecía dispuesto a obedecer una verdadera palabra profética y a hacer todo lo que Dios le dijera. Sin embargo, durante siglos, los eruditos bíblicos se han maravillado de lo que sucedió después: ¡Cuando llegó la palabra clara, Josafat la ignoró!

Amados, podemos presumir todo lo que queramos acerca de amar a Dios y de querer obedecerle. Pero si no nos desligamos del engaño de los amigos impíos y buscamos discernimiento del Espíritu Santo, ¡terminaremos haciendo caso omiso de la Palabra de Dios!

Puedes acompañar a tu amigo en su guerra, pero cuando las cosas vayan mal, éste te entregará al enemigo. Eso es lo que le sucedió a Josafat, cuando fue a la guerra con Acab. El malvado rey preparó la muerte de Josafat; le dijo que se vista con sus vestiduras reales, mientras que el propio Acab se vistió como un soldado. De esta forma, Acab pensó, el enemigo iría tras Josafat en lugar de ir hacia él.

Irónicamente, Acab fue muerto por una flecha que atravesó un pequeño hueco en su armadura. Y de repente, Josafat estaba rodeado por soldados enemigos, listos para cortarlo en pedazos. El rey sabía que se enfrentaba a la muerte y clamó a Dios por ayuda. La Escritura nos dice: “y Jehová lo ayudó, y los apartó Dios de él” (18:31).

La guerra fue un desastre. El ejército de Israel huyó desordenadamente, como ovejas que no tienen pastor. Entonces Josafat se retiró a Jerusalén, su amigo Acab había muerto y sus ejércitos habían sido derrotados. ¡Fue sólo por la gracia de Dios que él escapó de la muerte!

Puedo imaginar los pensamientos que deben haber pasado por la mente de Josafat, mientras se apresuraba a regresar a Jerusalén: “¡Oh, Dios, gracias por librarme! Ahora veo el peligro de caminar con un compañero impío. ¡Nunca más, Señor! No volveré a ser parte de ese sistema mundano. ¡Todo ha terminado ahora!”.