ELÍAS

El odio de Elías por los pecados de Israel brotaba de su fuerte amor por el pueblo de Dios. Él no aborrecía a la gente, sólo al pecado. Él no era un hombre vengativo, sino un hombre cuyo corazón anhelaba que Israel retorne al Señor. Para entender el espíritu y el poder que estaba sobre Elías, debes escuchar su clamor desconsolado en el Monte Carmelo: “Respóndeme, Jehová, respóndeme, para que conozca este pueblo que tú, oh Jehová, eres el Dios, y que tú vuelves a ti el corazón de ellos. Entonces cayó fuego de Jehová… Viéndolo todo el pueblo, se postraron…” (1 Reyes 18:37-39).

Elías no estaba en absoluto interesado en ser reconocido como profeta. Sólo quería ver la honra de Dios restaurada y al apóstata de corazón “volviendo su corazón”. Los verdaderos profetas, a pesar de que aparenten ser duros contra el pecado, son de corazón misericordioso, bondadoso y paciente. Y cuando ven un verdadero arrepentimiento bíblico, son constructores y restauradores de brechas.

Creo que hoy en día existe una ‘compañía de Elías’ de verdaderos pastores. No todos los predicadores son apóstatas o egoístas. Oigo de un gran número de pastores santos que han sido heridos y rechazados por ovejas indiferentes. Algunos están siendo literalmente expulsados de sus iglesias por predicar principios santos. Pero lo más cruel de todo, son las llamadas profecías y denuncias de “voces proféticas” duras, que no tienen piedad ni cualidad redentora para ellos.

Si alguna vez escuchas a un “profeta” pronunciando maldiciones sobre cualquier persona, puedes estar seguro de que no está andando en el Espíritu de Cristo. A menudo es un soberbio, autoproclamado Elías, lleno de arrogancia y lujuria. La Palabra dice claramente: “Bendecid y no maldigáis”(Romanos 12:14). Aquéllos que andan hablando sobre maldiciones debieran estremecerse ante estas advertencias: “Amó la maldición, y ésta le sobrevino; Y no quiso la bendición, y ella se alejó de él. Se vistió de maldición como de su vestido, Y entró como agua en sus entrañas, Y como aceite en sus huesos” (Salmos 109:17-18).

La compañía de Elías se compone de un pueblo que llora y cualquier palabra profética que sale de sus labios está bañada en lágrimas. En quebrantamiento y dolor piadoso, caminan en arrepentimiento. Se niegan a guiñarle el ojo a pecado y no temen a hombre o demonio cuando se trata de defender el honor de Cristo.