MEJOR QUE PENTECOSTÉS

¡Juan el Bautista nunca llegó hasta Pentecostés! Él no vio las lenguas de fuego ni escuchó el estruendo del viento recio. Él no vio a Jerusalén sacudirse ni a las multitudes convertidas. ¡Pero Juan dijo que su gozo fue cumplido! Él había escuchado algo mejor que el viento recio – mejor que buenas noticias – mejor que la risa de una novia feliz. Él había escuchado la voz del Salvador.

“El que tiene la esposa, es el esposo; mas el amigo del esposo, que está a su lado y le oye, se goza grandemente de la voz del esposo; así pues, este mi gozo está cumplido” (Juan 3:29).

Juan disfrutó del gozo más grande que cualquier seguidor de Jesús pudiera conocer. Él dijo, “Me quedé quieto y lo escuché hablarme. Su voz hizo saltar mi corazón. Él me habló personalmente. Yo escuché a mi Señor y ese es mi gozo. Sólo escuchar su voz.”

Juan podía decir, “Oh sí, yo lo amo. Yo he adorado postrado a sus pies, y le he dicho cuán indigno yo soy. Pero mi gozo no está en lo que le dije, ¡mi gozo está en que él me habló! Escuché su voz, y me regocijo tan solo en el sonido de esa voz.”

Algunas personas enseñan que el Señor ya no habla a los hombres, excepto a través de su Palabra revelada. Ellos no pueden creer que los hombres puedan ser dirigidos y bendecidos al escuchar esa voz apacible y delicada hoy en día.

Jesús dijo, “Mis ovejas conocen mi voz; ellas escuchan cuando las llamo…a otro no escucharán…” Hoy en día estamos temerosos de todos los abusos, temerosos de ser guiados hacia revelaciones contrarias a la Palabra de Dios. Pero, ningún abuso es culpa de Dios. Cada visión falsa, profecía falsa, dirección falsa es el resultado directo del propio orgullo del hombre y de su voluntad propia. Los hombres abusan cada don de Dios. No obstante, Dios todavía habla directamente a los corazones de aquellos dispuestos a escuchar.

“Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo…” (Hebreos 1:1).

“Por lo cual, como dice el Espíritu Santo: Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones” (Hebreos 3:7).