METE TU ESPADA

Así que, ¿quieres ser un hombre o una mujer de Dios? Si es así, se te va a servir una copa de dolor. Llorarás por algo mucho peor que el dolor físico. Estoy hablando del dolor de ser golpeado y rechazado por amigos; el dolor de los padres cuando los hijos pisotean sus corazones y se convierten en extraños para ellos; el dolor entre un esposo y una esposa cuando se construyen muros entre ellos.
¡Oh, la presión que viene, las noches inquietas, sin dormir, sabiendo que Dios es real, que estás caminando en su Espíritu, que estás amando a Jesús con todo lo que hay en ti, y aun así, estás obligado a beber una copa de dolor!
No podemos huir de esta copa. No podemos dejarnos engañar pensando que seguir a Jesús es sólo felicidad. La Escritura dice que debemos enfocar la vida con “sumo gozo” (Santiago 1:2). Pero también dice: “Muchas son las aflicciones del justo” (Salmo 34:19).
Pedro trató, en su carne, de echar fuera la aflicción. Él empuñó una espada en Getsemaní, diciéndole a Jesús, en efecto: “Maestro, tú no tienes que pasar por esto. Los mantendré alejados mientras escapas”. Muchos cristianos hoy tienen la misma actitud. Tratan de rechazar las aflicciones, diciendo: “No tengo que enfrentar esto. ¡Mi Dios es un buen Dios!”.
Yo creo que Dios es fiel. Pero Jesús nos dice que no podemos huir de nuestra copa de dolor. Él le ordenó a Pedro: “Mete tu espada en la vaina; la copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?” (Juan 18:11).
Cuando confías en Aquel que te está sirviendo esta copa; cuando ves su propósito detrás de tu sufrimiento, entonces eres capaz de beberla. No tengas miedo, porque tu Padre sostiene la copa. ¡No estás bebiendo muerte sino vida!