AFLICCIONES SANADORAS

He leído muchas biografías de misioneros, desde la época contemporánea hasta la historia antigua. Tú pensarías que estas preciosas personas, tan usadas de Dios, tendrían historias de amor, poder y gozo constantes. No es así. Sus historias están marcadas por angustia, desaliento, incluso traición; historias, no de aventura, sino de lágrimas.
Si somos genuinos en nuestro deseo de conocer las fuerzas que producen la piedad, debemos ir al huerto de Getsemaní, a Jesús, nuestro ejemplo. Todas las fuerzas que se oponían a Job estuvieron también allí en Getsemaní, dispuestas contra Cristo. Del mismo modo, el tentador feroz que buscó el corazón de David en la azotea, es el mismo tentador que buscó a Jesús en el pináculo del templo para destruirlo. Y todas las fuerzas de tormento que plagaron el alma de Pedro estaban también en Getsemaní, luchando con nuestro Salvador.
A cada verdadero hombre o mujer de Dios, le vendrá una copa de dolor. Todo el ministerio de Jesús consistía en hacer la voluntad de su Padre. De hecho, durante tres años todo lo que hizo apuntó al Calvario. Ahora, en Getsemaní, de hecho, él gritó: “Oh, Dios, si es posible de alguna manera, quítame esta carga. Es demasiado pesada para mí. Preferiría que pase de mí”.
No sé cuál puede ser tu copa de dolor. Algunos cristianos han orado por años para ser liberados de sus copas. No te equivoques, yo creo en la sanidad. Pro también creo en las aflicciones sanadoras. David testificó: “Antes que fuera yo humillado, descarriado andaba; mas ahora guardo tu palabra” (Salmo 119:67).
No podemos llegar a pensar que cada dolor o prueba es un ataque del diablo. Tampoco podemos pensar que estas pruebas significan que tenemos pecado en nuestras vidas y que Dios nos está juzgando. David nos dice algo diferente. Si él no hubiera sido afligido, no habría buscado al Señor.