CATADORES DE SERMONES

Quizás oíste el término “catadores de sermones”. Este término tiene casi 200 años de antigüedad. Se originó en Londres a mediados del siglo XIX. En aquella época, el gran predicador C.H. Spurgeon daba sermones a cinco mil personas cada domingo en el Tabernáculo Metropolitano de Londres. Al otro lado de la ciudad, José Parker también predicaba mensajes ungidos y otros pastores fervientes predicaban por todo Londres, dando palabras proféticas profundas y reveladoras.

Se volvió un deporte popular entre los londinenses adinerados, subir a sus carruajes y recorrer la ciudad de una iglesia a la otra, para saborear las predicaciones de estos ministros. Cada lunes en el Parlamento, se llevaban a cabo reuniones exclusivas para discutir qué predicador dio el mejor sermón y quién dio la revelación más profunda.

A estos viajeros se les llamó “catadores de sermones”. Siempre querían contar alguna nueva verdad espiritual o revelación, pero muy pocos practicaban lo que oían.

En la puerta de las Aguas en Jerusalén, sin embargo, no había una predicación elocuente ni un sermón sensacional. Esdras, el sacerdote, predicó directamente de las Escrituras, leyendo durante horas. Y a medida que la gente se paraba y oía la Palabra de Dios, su emoción crecía.

En momentos, Esdras estaba tan abrumado por lo que leía, que se detenía y “Bendijo entonces Esdras a Jehová, Dios grande” (Nehemías 8:6). La gloria del Señor descendía poderosamente y todo el pueblo levantaba sus manos para alabar a Dios: “Y todo el pueblo respondió: ¡Amén! ¡Amén! alzando sus manos” (8:6). A medida que la Palabra era leída: “se humillaron y adoraron a Jehová inclinados a tierra” (8:6). El pueblo se humilló delante de Dios, en quebrantamiento y arrepentimiento. Entonces, después de un tiempo, se pusieron de pie para experimentar más.

Por favor nota que esta reunión no incluyó ningún relato emocionante para tocar las emociones de las personas. No había manipulación alguna desde el púlpito, tampoco testimonios dramáticos. Ni siquiera había música aún. Este pueblo solamente tenía un oído para oír todo lo que Dios quería decirles.
Yo creo que hoy, el Señor desea moverse entre Su pueblo de la misma forma. Veo que Su Espíritu se está moviendo en las iglesias, dondequiera que haya un hambre por Su Palabra.