EL MINISTERIO “FELIPE”

Hay un ministerio "Felipe" para cada creyente que camina en la santidad de Cristo.

"Entonces Felipe, descendiendo a la ciudad de Samaria, les predicaba a Cristo. Y la gente, unánime, escuchaba atentamente las cosas que decía Felipe, oyendo y viendo las señales que hacía. Porque de muchos que tenían espíritus inmundos, salían éstos dando grandes voces; y muchos paralíticos y cojos eran sanados; así que había gran gozo en aquella ciudad"(Hechos 8:5-8).

Felipe no era un hombre de púlpito, sino una persona llena del Espíritu Santo que simplemente creyó en el poder de la vida resucitada de Cristo. Él era un hombre de la plaza del mercado, que iba a cualquier lugar esperando ver milagros. Nunca impactaremos esta o cualquier otra ciudad hasta que todos los miembros del cuerpo se conviertan en un “Felipe consumido por Cristo”, un simple evangelista laico con la fe para echar fuera espíritus malignos y orar por la salvación y la sanidad de otros. ¡Esta ciudad pecaminosa puede y será agitada por nosotros!

El movimiento de los Hermanos de Plymouth comenzó hace muchos años en Plymouth, Inglaterra. Se trataba de un grupo piadoso que llevaba el evangelio a las calles. ¡Qué carga tenían por las almas! Un gran avivamiento estalló y Cristo fue revelado a ellos como un Hombre glorificado en el cielo. Pero ellos estaban tan ocupados en estudiar a Cristo, tan enfocados en su propia forma de adoración, que finalmente perdieron su carga por las almas agonizantes. Se dividieron en dos grupos: Los Hermanos Abiertos y los Hermanos Cerrados. Los hermanos Cerrados acabaron por prohibir el ingreso a su congregación a cualquiera que no tuviera una invitación. Hoy, todo lo que ha quedado del movimiento original son los escritos de hombres como Darby, Stoney, Mackintosh y Raven, todos los cuales escribieron maravillosas enseñanzas sobre la persona de Cristo y la santidad. Pero el elitismo espiritual se había infiltrado y ya no existía pasión alguna por los perdidos. Necesitamos, tanto la Palabra profunda y pura, como la pasión ardiente por los perdidos, ambas combinadas.

Si no obedecemos el mandamiento del Señor de predicar el evangelio, nos volveremos egocéntricos y nos terminaremos obsesionados con nuestros propios problemas.

"Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura" (Marcos 16:15).