ENSANCHAMIENTO DE CORAZON

Los evangelistas Jorge Whitefield and Juan Wesley fueron dos de los más grandes predicadores en la historia. Estos hombres predicaron a miles de personas en reuniones al aire libre, en las calles, en los parques y en las prisiones; y a lo largo de sus ministerios muchos vinieron a Cristo. Pero se levantó una disputa doctrinal entre los dos, respecto a cómo es santificada una persona. Ambas posiciones doctrinales se defendían fuertemente y alguna que otra palabra indebida fue intercambiada entre los seguidores de estos hombres, los cuales discutían de forma desagradable.

Un seguidor de Whitefield vino a él un día y le preguntó: “¿Cree Ud. que verá a Juan Wesley en el cielo?” Lo que estaba preguntando, en efecto, era: “¿Cómo podrá Wesley ser salvo si está predicando tal error?”.

Whitefield respondió: “No, no veremos a Juan Wesley en el cielo. El estará tan alto, tan cerca al trono de Cristo, tan cerca al Señor, que no podremos ser capaces de verlo”.

Pablo llamó a este tipo de espíritu: “ensanchamiento de corazón”. Y él mismo lo tenía al escribir a los corintios, una iglesia, en la que algunos lo habían acusado de ser duro y de quien se habían mofado por su predicación. Pablo les aseguró: “Nuestra boca se ha abierto a vosotros, oh corintios; nuestro corazón se ha ensanchado” (2 Corintios 6:11).

Cuando Dios ensancha nuestro corazón, de pronto ¡tantas limitaciones y barreras son quitadas! Ud. ya no ve a través de un lente estrecho. Más bien, se encuentra a sí mismo siendo dirigido por el Espíritu Santo hacia aquéllos que están sufriendo. Y los dolidos son atraídos a su espíritu compasivo por la atracción magnética del Espíritu Santo.

Así que, ¿tiene usted un corazón blando cuando ve personas en dolor? Cuando ve a un hermano o hermana que ha caído en pecado o quizás tiene problemas, ¿se siente usted tentado a decirle que algo está mal en sus vidas? Pablo dice que los quebrantados, los que pasan dolor necesitan ser restaurados con un espíritu de mansedumbre y benignidad. Ellos necesitan tener un encuentro con el espíritu que Jesús demostró tener.

Este es el clamor de mi corazón para el resto de mis días: “Dios, aleja de mí toda estrechez de corazón. Quiero tener tu espíritu de compasión para aquéllos que sufren, tu espíritu de perdón cuando vea a alguien que ha caído, tu espíritu de restauración, para quitarles su oprobio.

“Aparta de mi corazón toda parcialidad y ensancha mi capacidad de amar a mis enemigos. Cuando me acerque a alguien está en pecado, no dejes que me acerque en juicio. Por el contrario, que el pozo de aguas que brota de mi ser, sea un río de amor divino para ellos. Y permite que el amor mostrado a ellos, encienda en ellos un amor para con los demás”.