SIN UNA REVELACIÓN FRESCA

Lucas 1 incluye uno de los casos mas reveladores de la gravedad de la incredulidad. Recuerda la historia del piadoso Zacarías, el padre de Juan el Bautista. Zacarías era un fiel sacerdote que sufrió a causa de un episodio de incredulidad. Su historia ilustra en forma precisa cuan seriamente Dios toma este pecado.

La escritura dice que Zacarías era “Justo delante de Dios, y andaba irreprensible en todos los mandamientos y ordenanzas del Señor” (Lucas 1:6). Aquí había un hombre devoto que vestía la túnica de su respetable posición. Él ministraba ante el altar del incienso, lo cual representaba oración y súplica, actos de pura adoración. En resumen, Zacarías era fiel y obediente, un siervo que anhelaba la venida del Mesías.

Un día, cuando Zacarías estaba ministrando, Dios envió al ángel Gabriel a decirle que su esposa tendría un hijo. Gabriel dijo que el nacimiento de su hijo sería de motivo de regocijo para muchos en Israel, y le dio a Zacarías detalladas instrucciones sobre cómo criar al niño. Sin embargo, mientras el ángel hablaba, Zacarías temblaba de miedo. De pronto, la mente de este hombre devoto se llenó de duda, y sucumbió ante la terrible incredulidad. Le preguntó al ángel, “¿En qué conoceré esto? Porque yo soy viejo, y mi mujer es de edad avanzada” (Ver 1:18).

A Dios no le agradó la duda de Zacarías, y dictó sentencia sobre sacerdote: “Ahora quedarás mudo y no podrás hablar, hasta el día en que esto se haga, por cuanto no creíste mis palabras, las cuales se cumplirán a su tiempo” (1:20, itálicas añadidas).

¿Qué nos dice este episodio? Nos dice que la incredulidad cierra nuestros oídos a Dios, aun cuando Él nos está hablando claramente. Esto nos corta el suministro de una revelación fresca y nos impide una comunión íntima con el Señor. De repente, debido a que ya no oímos de Dios, no tenemos nada de que predicar o testificar. No importa cuán fieles o diligentes podamos ser. Como Zacarías, traemos sobre nosotros mismos una parálisis de oídos y de lengua.