“Y MUERTO AUN HABLA”

Mientras leemos Hebreos 11, encontramos un común denominador singular de las vidas de las personas mencionadas. Cada uno tenía una característica particular que denota la clase de fe que Dios ama. ¿Cual era ese elemento? Su fe había nacido de una intimidad con Dios.


El hecho es que, es imposible tener una fe que agrada a Dios sin compartir intimidad con él. ¿Qué quiero decir con intimidad? Estoy hablando de un acercamiento hacia el Señor que sólo viene cuando lo deseamos a él. Esta clase de intimidad es un vínculo cercano y personal, es una comunión. Viene cuando deseamos al Señor más que cualquier otra cosa en esta vida.


“Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín, por lo cual alcanzó testimonio de que era justo, dando Dios testimonio de sus ofrendas; y muerto, aun habla por ella” (Hebreos 11:4). Quiero que noten varias cosas significantes sobre este verso. Primero, Dios mismo testificó de las ofrendas de Abel. Segundo, Abel tuvo que construir un altar al Señor, donde él trajo sus sacrificios. Y él no ofreció sólo corderos sin manchas para el sacrificio, pero también la gordura de esos corderos también. “Y Abel trajo también de los primogénitos de sus ovejas, y de la grasa de ellas” (Génesis 4:4).


¿Qué significa la gordura aquí? El libro de Levítico dice sobre la gordura, “Es manjar de ofrenda de olor grato que se quema a Jehová. Toda la grasa es de Jehová” (Levítico 3:16). La gordura era la parte del sacrificio que causaba un dulce aroma que se levantaba. Esta parte del animal ardía rápidamente y era consumida, trayendo un dulce olor. La gordura aquí sirve como un tipo de oración o comunión que es aceptable a Dios. Representa nuestro ministrar al Señor en nuestra habitación secreta de oración. Y el Señor mismo declara que esa adoración íntima se eleva hacia él como un sabroso y dulce aroma.


La primera mención en la Biblia de esta clase de adoración es hecha por Abel. Por eso es que Abel está en la lista de los Campeones de la Fe de Hebreos 11. El es un tipo de siervo que tiene comunión con el Señor, ofreciéndole lo mejor que tiene. Como declara el libro de los Hebreos, el ejemplo de Abel continúa viviendo hoy día como un testimonio de una fe viva y verdadera: “Y muerto, aun habla por ella” (Hebreos 11:4).