CABALGANDO SOBRE LA PROMESA

A causa de la promesa de Dios que “sale al encuentro”, somos capaces de proclamar victoria y dominio aun antes de que comience la batalla. David cantó: “El rey se alegra en tu poder, oh Jehová; y en tu salvación, ¡cómo se goza! Le has concedido el deseo de su corazón, y no le negaste la petición de sus labios” (Salmos 21:1-2).

Quizás usted se pregunte: “¿Cómo podía regocijarse David? El estaba enfrentando el ataque más intenso que haya enfrentado. ¿Cómo podía tener gozo cuando podía ser herido o muerto?”.

David responde: “Porque le has salido al encuentro con bendiciones de bien; corona de oro fino has puesto sobre su cabeza” (Salmos 21:3). Lo que David está diciendo aquí puede cambiar vidas: “Yo enfrento a un poderoso enemigo que ha jurado mi destrucción, pero mi alma está en paz. ¿Por qué? El Señor ha visto de antemano mi lucha, y me ha inundado con la seguridad de Su amor. Mi enemigo puede hacerme tropezar o caer, y en cierto punto pareciera que estoy acabado. Pero Dios me ha dicho que si yo tan sólo me pongo de pie, recibiré Su fuerza y ganaré la batalla”.

Luego, David hizo una declaración de fe justo antes de ir a la Guerra: “Corona de oro fino has puesto sobre (mi) cabeza” (Salmos 21:3). La corona de oro que David menciona acá, es un símbolo de victoria y dominio. David estaba diciendo: “Voy a la guerra, cabalgando sobre la promesa que Dios me he hecho. El dijo que yo volvería de la batalla llevando sobre mi cabeza la corona de victoria”.

Esto resume la doctrina de la “bondad que sale al encuentro” de Dios: El se ha anticipado a todas nuestras luchas, todas nuestras batallas contra el pecado, la carne y el diablo, y en Su misericordia y Su bondad, ha pagado nuestra deuda antes que ésta venza. Nuestra victoria es un acuerdo ya realizado.

La “bondad que sale al encuentro” de Dios se aplica especialmente a aquéllos que aman a Jesús y son sorprendidos por el pecado. El Señor nos garantiza que aunque seamos temporalmente derribados, nos levantaremos en la batalla, parados firmes, todo porque Jesús ha pagado nuestra deuda.