LA PODEROSA MANO DE DIOS

“Tu diestra, Jehová, ha magnificado su poder. Tu diestra, Jehová, ha aplastado al enemigo” (Éxodo 15:6).

Aunque algunos cristianos saben que han sido perdonados y salvos, les falta el contar con el poder para luchar contra la carne. No han llegado al conocimiento de “una completa liberación” de su naturaleza pecaminosa. Cristianos, por su sangre él nos hace salvos y con su poderosa mano rompe el poder del pecado sobre nosotros. Ciertamente el pecado todavía mora en nosotros, ¡pero éste no nos gobierna!

“Librados de la esclavitud por el poder de su mano.” ¡Qué palabra tan alentadora ante estos tiempos de desilusión y de esfuerzo sobre-humano para librarnos del poder del pecado! Sin embargo, aún somos tan reacios a reconocer la obra de la mano de Dios. Va en contra de nuestro orgullo, -nuestro sentido de justicia, nuestra teología- el aceptar la verdad de que nuestra liberación del dominio del pecado viene de un poder que ajeno a nosotros. Observemos como ejemplo a Israel: Israel salió armado, pero todas las batallas fueron del Señor. “Jehová no salva con espada ni con lanza, porque de Jehová es la batalla” (1 Samuel 17:47). Ha sido escrito en Éxodo que “…los hijos de Israel habían salido con mano poderosa” (14:8). Y cantaron alabanzas a Dios después de haber pasado a salvo por el Mar Rojo.

La sangre salvó a Israel del juicio divino, pero la mano poderosa de Dios los libró del poder de la carne. Ellos habían experimentado seguridad y se habían regocijado en ella. ¡Ahora ellos necesitaban poder! Poder para deshacerse de una vez por todas del enemigo de antaño y poder para armarse en contra de los nuevos enemigos que vendrían. Ese poder está en la mano poderosa y sublime del Señor.

Nos han sido dadas preciosas y grandes promesas las cuales han sobrepasado a aquellas que les fueron dadas a Israel. Dios ha prometido librarnos de toda maldad y sentarnos en lugares celestiales en Cristo Jesús, libres del dominio del pecado.

Sin embargo, primero debemos aprender a odiar el pecado – no hacer pactos ni compromiso con él. Mime a su pecado, juegue con él, deje que permanezca, rehúse demolerlo – y un día llegará a ser el objeto más doloroso en su vida.

No ore pidiendo victoria sobre los pecados de la carne hasta que usted haya cultivado un odio hacia ellos. Dios no tolera nuestras excusas ni nuestro apaciguamiento. ¿Está usted esclavizado por un pecado secreto que le causa angustia y agitación tanto física como espiritualmente? ¿Lo odia con pasión? ¿Siente la ira santa de Dios en contra del pecado?
Mientras usted no lo haga, la victoria nunca vendrá.