LIBRADO A TRAVÉS DE LAS ORACIONES DE LOS “AYUDANTES”

“Porque hermanos, no queremos que ignoréis acerca de nuestra tribulación que nos sobrevino en Asia; pues fuimos abrumados sobremanera más allá de nuestras fuerzas, de tal modo que aun perdimos la esperanza de conservar la vida” (2 Corintios 1:8). La palabra griega para “abrumados” en este pasaje significa: “Cargados pesadamente, gravemente aplastados”. Pablo le estaba diciendo a estos santos: “Nuestra crisis fue tan seria, que casi nos aplasta horriblemente. Estaba más allá de mis fuerzas, más de lo que podía soportar. Pensé que era mi fin”.

Cuando Pablo dice que estaba tan abrumado que perdió la esperanza de vivir, podemos estar seguros de que realmente había tocado fondo. En otros pasajes, él no le da importancia a sus sufrimientos. Recordarás cuando él simplemente se sacudió la víbora venenosa que se le había prendido de la mano. También sufrió naufragio tres veces, sin embargo, él menciona este hecho de paso, para llegar a un punto. Pablo fue golpeado, robado, apedreado y encarcelado, sin embargo, a través de todo, nunca se quejó.

En este pasaje, sin embargo, el apóstol estaba al punto de cansancio total. Yo creo que lo que el soportaba era una fuerte angustia mental. No podemos saber con exactitud qué era aquello que abrumaba a Pablo, pero 2 Corintios 7:5 nos da una idea: “Porque de cierto, cuando vinimos a Macedonia, ningún reposo tuvo nuestro cuerpo, sino que en todo fuimos atribulados; de fuera, conflictos; de dentro, temores”.

Creo que Pablo se estaba refiriendo al dolor causado por las ovejas a las cuales ministraba. Se habían levantado falsos maestros en Corinto y habían tratado de poner al pueblo en contra de él. Ahora Pablo temía que su rebaño rechazara su mensaje y siguiera a hombres que no tenían un genuino interés en ellos.

Pablo fue consolado cuando Tito llegó, trayéndole buenas nuevas acerca de sus “hijos amados” en Corinto. Pablo escribe: “Pero Dios…nos consoló con la venida de Tito; y no sólo con su venida, sino también con la consolación con que él había sido consolado en cuanto a vosotros, haciéndonos saber vuestro gran afecto, vuestro llanto, vuestra solicitud por mí, de manera que me regocijé aun más” (versículos 6-7).

Yo he sentido este tipo de angustia en mi vida. A veces, las palabras de las personas a quienes he amado y ayudado se sintieron como cuchillos en mi espalda. Puedo decir con David: “Los dichos de su boca son más blandos que mantequilla, pero guerra hay en su corazón; suaviza sus palabras más que el aceite, mas ellas son espadas desnudas” (Salmos 55:21). En tiempos abrumadores como éstos, es cuando más he necesitado las oraciones de los “ayudantes”.