EN EL LUGAR SECRETO

El Espíritu Santo vino a un hombre de Dios el cual vivía en Damasco y se llamaba Ananías. El Espíritu instruyó a Ananías que fuese a la casa de Judas en la calle que se llamaba Derecha, y que impusiese sus manos sobre Saulo para que recuperase la vista.

Por supuesto, Ananías conocía la reputación de Saulo y se dio cuenta que sería peligroso ir a verlo. Pero el Espíritu Santo recomendó a Saulo al decirle a Ananías “por que él ora” (Hechos 9:11).

En esencia, el Señor estaba diciendo, “Ananías, encontrarás a este hombre de rodillas. El sabe que estás yendo. El también sabe tu nombre, y por qué se te está enviando. El quiere que se abran sus ojos”.

¿Cuándo recibió Saúl este conocimiento interior? ¿Cómo recibió ésta visión, ésta palabra pura de Dios? Llegó a través de oración ferviente y súplica. De hecho, yo creo que las palabras que le habló el Espíritu Santo a Ananías nos revelan cómo movió Saulo el corazón de Dios: “él ora”.

Saulo había estado encerrado con Dios por tres días, rehusando alimento y agua. Lo único que él quería era al Señor. Así que continuó de rodillas todo ese tiempo, orando y buscando a Dios.

Cuando yo era niño, mi padre era un predicador y me enseñó lo siguiente: “Dios siempre abre un camino para un hombre que ora”. Han habido periodos en mi vida cuando el Señor ha provisto evidencias irrefutables de este principio. Fui llamado a predicar a los ocho años de edad, cuando el Espíritu Santo vino sobre mí. Yo lloraba y oraba, clamando “Lléname, Señor Jesús.” Después cuando fui un adolescente yo oré hasta que el Espíritu vino sobre mí con intensidad divina.

Cuando fui un pastor joven, un hambre profunda me sobrevino la cual causó que orase diligentemente. Algo en mi corazón me decía, “Hay más para servir a Jesús de lo que estoy haciendo”. Así que pasé meses de rodillas – llorando y orando por horas a la vez – cuando finalmente el Señor me llamó a ir a Nueva York a ministrar a las pandillas y a los drogadictos.

Yo también estaba de rodillas veinte años atrás, buscando a Dios con lágrimas y clamando, cuando él me llamó de vuelta a Nueva York para abrir una iglesia en Times Square.

Si alguna vez escuché a Dios – si he tenido alguna revelación de Cristo, alguna medida de la mente de Cristo – no vino solamente de estudiar la Biblia. Vino por la oración. Vino de buscar a Dios en el lugar secreto.