OLVIDA EL PASADO

El fundamento de toda victoria sobre el pecado es la comprensión de que Dios es tierno y lleno de bondad y amor.
“Así dijo Jehová: No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas. Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme, que yo soy Jehová, que hago misericordia, juicio y justicia en la tierra” (Jeremías 9:23-24).
Si has caminado con el Señor durante cierto período de tiempo, probablemente hayas alentado a otros, diciéndoles que Dios es bueno y perdonador. Ahora, déjame preguntarte: Cuando le fallas al Señor, ¿es, de pronto, un asunto diferente? ¿Te ves a ti mismo obrando a través de terribles sentimientos de culpa y vergüenza?
Puedes decir: “¿No deberíamos experimentar eso cuando pecamos?” De hecho, esos sentimientos son el resultado natural del pecado. Pero, como hijos de Dios, no deberíamos continuar durante días y semanas pensando que nuestro Padre está enojado con nosotros. Debido a la provisión de Cristo en la cruz, toda culpa y condenación pueden ser eliminadas rápidamente.
Sin embargo, incluso después de habernos arrepentido, podemos sentir que tenemos que arreglar nuestros fracasos ante el Señor. Al igual que el Hijo Pródigo, podemos tener al Padre abrazándonos, poniendo un anillo en nuestro dedo y un vestido sobre nuestra espalda. Él nos dice que olvidemos el pasado y disfrutemos la fiesta que él nos ha preparado.
Pero, en nuestro interior, protestamos: “¡No soy digno! He pecado contra el Señor. Debo demostrarle que estoy arrepentido”.
A muchos cristianos les resulta fácil creer que Dios perdonó los pecados terribles de Israel. No tenemos problemas para aceptar que él perdonó a Nínive en el Antiguo Testamento y al ladrón moribundo en el Nuevo Testamento. Pero, curiosamente, es difícil para nosotros comprender que en el momento en que nos tornamos a él en arrepentimiento, él nos acepta rápida y amorosamente como si nunca hubiéramos pecado.