GRACIA Y RESPONSABILIDAD by Gary Wilkerson

Tengo un sistema por defecto en operación, un reflejo que se pone en movimiento cada vez que no cumplo el estándar en mi caminar con el Señor. Estoy hablando de mi tendencia a volverme a las obras en lugar de a la increíble gracia de Dios para restablecer mi posición con Él.

Creo que la mayoría de nosotros tenemos tal sistema, ésta es la razón por la cual Pablo enfatiza acerca de la gracia de Dios repetidamente a través de todo el Nuevo Testamento. Carta tras carta, el hace énfasis en la suficiencia de la gracia para nuestra correcta relación con el Señor.

Sin embargo, ese sistema por defecto (el impulso de volver a las obras para compensar nuestras fallas) está constantemente en operación en nosotros. ¡La razón por la cual predico la gracia tan a menudo es porque la necesito! A veces mi iglesia debe pensar que exagero, porque la gente me dice: “Sé que estoy bajo la gracia, pero, ¿Cuál es mi responsabilidad?”. Esa es una buena pregunta. En un pacto de gracia (uno en el cual Dios ha hecho todo lo requerido para nuestra salvación) ¿Cuál es el rol nuestro? ¿Qué rol desempeñamos nosotros?

Para muchos de nosotros, el concepto de la gracia no tiene ningún poder en nuestra vida diaria. Sabemos que Dios ha impartido sobre nosotros regalos preciosos y costosos en Su Hijo y en el Espíritu Santo; por lo tanto, nosotros pensamos que no deberíamos ser imperfectos. Entonces, cuando fallamos, nos sorprendemos. No tiene lógica que todavía podamos ser horribles pecadores después de todo lo que Dios ha hecho por nosotros y nos lo imaginamos moviendo su cabeza con decepción.

Nos convencemos a nosotros mismos que podemos mejorar así que redoblamos nuestros esfuerzos de oración, de lectura bíblica y de actividades en el ministerio. Hacemos esto sabiendo muy bien que nuestras obras no hacen nada para ganar una correcta relación con Dios. ¿Realmente pensamos que lo que Dios quiere de nosotros son más obras? ¿Dos horas de oración en lugar de una? ¿Él realmente nos quiere más ocupados?

Solo dos cosas resultan de estos esfuerzos por salvarnos a nosotros mismos. En primer lugar, evitamos confrontar nuestra pecaminosidad. En segundo lugar, y mucho peor, nos privamos de beber del profundo pozo de la gracia de Dios. Pablo enfrenta este dilema en las primeras etapas de la iglesia, cuando los cristianos de Galacia trataron de agradar a Dios a través de las obras de la ley, Pablo los confrontó: “¡Oh gálatas insensatos! ¿Quién os fascinó para no obedecer a la verdad, a vosotros ante cuyos ojos Jesucristo fue ya presentado claramente entre vosotros como crucificado? Esto solo quiero saber de vosotros: ¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír con fe?” (Gálatas 3:1-2) Pablo estaba preguntando: “¿Realmente piensan que pueden mejorar lo realizado en la cruz”