DANIEL – UN HOMBRE DE OTRA CLASE
Daniel era “un hombre de otra clase” y él habla de ser quebrantado: Y volví mi rostro a Dios el Señor, buscándole en oración y ruego, en ayuno, cilicio y ceniza. Y oré a Jehová mi Dios e hice confesión” (Daniel 9:3-4). Debido a esto, Daniel fue capaz de discernir los tiempos, por que él conoció el corazón de Dios. “Yo Daniel miré atentamente en los libros el número de los años de que habló Jehová al profeta Jeremías” (Daniel 9:2).
¿Cómo llegó Daniel a esta senda de quebrantamiento, conocimiento y discernimiento? Esto comenzó con su estudio de la Palabra de Dios. Daniel permitió que las Escrituras se apoderaran de él completamente. Y él las mencionaba seguido y extensivamente, por que él las había escondido en su corazón: “Conforme está escrito en la ley…” (Daniel 9:13).
En el capítulo 10, a este devoto profeta le fue dada una visión de Cristo, “Y alcé mis ojos…y he aquí un varón vestido de lino, y ceñido sus lomos de oro de Ufaz…y su rostro parecía un relámpago, y sus ojos como antorchas de fuego…y el sonido de sus palabras como el estruendo de una multitud” (10:5-6).
Yo le animo a usted, proponga en su corazón desde hoy día buscar a Dios con toda diligencia y determinación. Luego vaya a la Palabra de Dios con un amor y deseo que vaya en aumento. Ore ayunando por ser quebrantado, para recibir la carga de Dios. Finalmente, confiese y abandone todas las cosas que impiden que el Espíritu Santo pueda abrir las bendiciones del cielo para usted. La senda de los “hombres de otra clase” está abierta para todos. ¿Caminará usted en ella?
Ese caminar trae el toque de Dios. Daniel testificó, “Y he aquí una mano me tocó, e hizo que me pusiese sobre mis rodillas y sobre las palmas de mis manos” (Daniel 10:10). La palabra que se traduce como “tocó”, aquí significa “asir violentamente”. Daniel nos está diciendo, “Cuando Dios puso su mano sobre mí, caí sobre mi rostro. Su toque me dio una urgencia de buscarlo con todo lo que hay en mí.”
Esto sucede cada vez que Dios toca una vida. Esa persona cae de rodillas y se convierte en un hombre o una mujer de oración, motivado a buscar al Señor.
A menudo me he preguntado por qué Dios toca sólo a algunas personas con esta urgencia. ¿Por qué algunos siervos se vuelven buscadores hambrientos de él, mientras que otras personas fieles continúan su camino? Aquellos tocados por Dios tienen una relación íntima con el Señor. Ellos reciben revelaciones del cielo. Y ellos disfrutan de un caminar con Cristo que muy pocos disfrutan.
¿Por qué puso Dios su mano sobre Daniel y lo tocó? ¿Por qué podía este hombre ver y oír cosas que ningún otro podía? El declara, “Y sólo yo, Daniel, vi aquella visión, y no la vieron los hombres que estaban conmigo” (Daniel 10:7).
Dios necesitaba una voz para que hablara su mensaje. El quería un siervo que ora, alguien que respondería fielmente a su llamado. Daniel era ese hombre. El había estado devotamente orando tres veces al día. Y ahora, mientras él caminaba a orillas del río, el mismo Cristo se le reveló (vea Daniel 10:7-9).
Dios hizo que Daniel fuese su oráculo por que:
1.Daniel nunca dejó de orar (vea Daniel 10:2-3)
2.Daniel se angustiaba sobre la decadencia espiritual en la sociedad y en la iglesia (vea Daniel capítulo 9).
3.Daniel se rehusó a albergar o a esconder pecado (Daniel 9:4-5).
¿Cómo llegó Daniel a esta senda de quebrantamiento, conocimiento y discernimiento? Esto comenzó con su estudio de la Palabra de Dios. Daniel permitió que las Escrituras se apoderaran de él completamente. Y él las mencionaba seguido y extensivamente, por que él las había escondido en su corazón: “Conforme está escrito en la ley…” (Daniel 9:13).
En el capítulo 10, a este devoto profeta le fue dada una visión de Cristo, “Y alcé mis ojos…y he aquí un varón vestido de lino, y ceñido sus lomos de oro de Ufaz…y su rostro parecía un relámpago, y sus ojos como antorchas de fuego…y el sonido de sus palabras como el estruendo de una multitud” (10:5-6).
Yo le animo a usted, proponga en su corazón desde hoy día buscar a Dios con toda diligencia y determinación. Luego vaya a la Palabra de Dios con un amor y deseo que vaya en aumento. Ore ayunando por ser quebrantado, para recibir la carga de Dios. Finalmente, confiese y abandone todas las cosas que impiden que el Espíritu Santo pueda abrir las bendiciones del cielo para usted. La senda de los “hombres de otra clase” está abierta para todos. ¿Caminará usted en ella?
Ese caminar trae el toque de Dios. Daniel testificó, “Y he aquí una mano me tocó, e hizo que me pusiese sobre mis rodillas y sobre las palmas de mis manos” (Daniel 10:10). La palabra que se traduce como “tocó”, aquí significa “asir violentamente”. Daniel nos está diciendo, “Cuando Dios puso su mano sobre mí, caí sobre mi rostro. Su toque me dio una urgencia de buscarlo con todo lo que hay en mí.”
Esto sucede cada vez que Dios toca una vida. Esa persona cae de rodillas y se convierte en un hombre o una mujer de oración, motivado a buscar al Señor.
A menudo me he preguntado por qué Dios toca sólo a algunas personas con esta urgencia. ¿Por qué algunos siervos se vuelven buscadores hambrientos de él, mientras que otras personas fieles continúan su camino? Aquellos tocados por Dios tienen una relación íntima con el Señor. Ellos reciben revelaciones del cielo. Y ellos disfrutan de un caminar con Cristo que muy pocos disfrutan.
¿Por qué puso Dios su mano sobre Daniel y lo tocó? ¿Por qué podía este hombre ver y oír cosas que ningún otro podía? El declara, “Y sólo yo, Daniel, vi aquella visión, y no la vieron los hombres que estaban conmigo” (Daniel 10:7).
Dios necesitaba una voz para que hablara su mensaje. El quería un siervo que ora, alguien que respondería fielmente a su llamado. Daniel era ese hombre. El había estado devotamente orando tres veces al día. Y ahora, mientras él caminaba a orillas del río, el mismo Cristo se le reveló (vea Daniel 10:7-9).
Dios hizo que Daniel fuese su oráculo por que:
1.Daniel nunca dejó de orar (vea Daniel 10:2-3)
2.Daniel se angustiaba sobre la decadencia espiritual en la sociedad y en la iglesia (vea Daniel capítulo 9).
3.Daniel se rehusó a albergar o a esconder pecado (Daniel 9:4-5).