MÁS PRECIOSO QUE EL ORO

La historia de la reina Ester una de intensa guerra, una de las mayores batallas espirituales en toda la Escritura. El diablo intentaba destruir el propósito de Dios en la Tierra, esta vez a través del malvado Amán. Este hombre rico, influyente persuadió al rey de Persia a declarar un edicto que condenaba a muerte a todo judío bajo su gobierno, desde India hasta Etiopía.

El primer judío en la puntería de Amán, era el justo Mardoqueo, el tío de Ester. Amán había construido una horca, especialmente para Mardoqueo, pero Ester intervino, convocando al pueblo de Dios a orar y poniendo su vida en riesgo para oponerse a la orden de Amán. Dios expuso la malvada artimaña, y Amán acabó colgando de su propia horca. El rey, no sólo revirtió el mandato de muerte, sino que le dio la casa de Amán a Ester, una propiedad que valdría millones en nuestros días.

Aun así, la mansión de Amán no fue el único botín tomado en esta historia. La Escritura nos dice que: “los judíos tuvieron luz y alegría, y gozo y honra” (Ester 8:16). Éste fue el verdadero botín ganado en la batalla con el enemigo.

Vea usted, nuestras pruebas no sólo nos traen riquezas espirituales, nos mantienen fuertes, puros, bajo un mantenimiento continuo. A medida que ponemos nuestra confianza en el Señor, Él hace que nuestras pruebas produzcan en nosotros, una fe más preciosa que el oro. “Para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo” (1 Pedro 1:7).

“Despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz” (Colosenses 2:15).

Jesús despojó al diablo en el Calvario, quitándole todo poder y autoridad. Cuando Cristo se levantó victorioso de la tumba, arrebató, del poder de Satanás, y llevó consigo, un innumerable ejército de cautivos redimidos. Y dicha procesión de “comprados por sangre”, sigue marchando.

Asombrosamente, el triunfo de Cristo en el Calvario nos dio más que la victoria sobre la muerte. Obtuvo para nosotros, despojos increíbles en esta vida: gracia, misericordia, paz, perdón, fuerza, fe, todos lo que necesitamos para llevar una vida victoriosa. Él nos ha dado toda provisión para el mantenimiento de su templo: “Cristo como hijo sobre su casa, la cual casa somos nosotros, si retenemos firme hasta el fin la confianza y el gloriarnos en la esperanza” (Hebreos 3:6).

El Espíritu Santo nos está mostrando una maravillosa verdad aquí: Jesús nos ha suplido de todos los recursos que necesitamos, en su Espíritu Santo. Pero nosotros somos responsables de extraer de dicho tesoro, para mantener su templo. Y los recursos para mantener el templo, deben venir directamente de los despojos de nuestra guerra.

Cristo nos ha dado todo lo necesario para que este mantenimiento se lleve a cabo. Él nos ha adoptado y traído a su casa. Él es la piedra angular de dicha casa y Él ha limpiado la casa entera. Finalmente, nos ha dado acceso al Lugar Santísimo. Así que, por fe, ahora somos un templo, plenamente establecido y completo. Jesús no edificó una casa a medias. Su templo está acabado.

Este templo debe ser mantenido. Debe estar operativo en todo tiempo. Por supuesto, conocemos donde hallar los recursos: en el Espíritu de Cristo mismo. Él es el tesorero de todos los despojos. Dichos recursos son entregados cuando vemos nuestra necesidad y cooperamos con Dios.

Dicha cooperación comienza cuando estamos en medio del conflicto. Nuestros recursos son la semejanza a Cristo que ganamos mientras estamos inmersos en la batalla. Son las lecciones, la fe y el carácter que ganamos en la guerra con el enemigo. Hay valor en la batalla. Y podemos estar confiados de que el bien saldrá de ello.