UNA PALABRA INFLEXIBLE
“Pasando por Anfípolis y Apolonia, llegaron a Tesalónica, donde había una sinagoga de los judíos. Y Pablo, como acostumbraba, fue a ellos, y por tres días de reposo discutió con ellos, declarando y exponiendo por medio de las Escrituras, que era necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos; y que Jesús, a quien yo os anuncio, decía él, es el Cristo”. (Hechos 17:1-3). Los líderes de la sinagoga de Tesalónica probablemente habían realizado reuniones tranquilas durante años, sin ser molestados. Enseñaban las Escrituras con diligencia y parecían muy santos en su apariencia externa.
Entonces Pablo, el alborotador, entró en escena y en tan sólo tres semanas de predicar del reinado de Jesús, revolucionó toda esa zona de Tesalónica. Sabía por experiencia que sólo unos pocos devotos escucharían la exigente palabra de Cristo y que la mayoría no renunciaría a sus rígidas tradiciones religiosas. También sabía que se llenarían de envidia y odio hacia todo lo que perturbara su forma de hacer las cosas. Pablo declaró que la predicación de su evangelio causó discordia: “Tuvimos denuedo en nuestro Dios para anunciaros el evangelio de Dios en medio de gran oposición” (1 Tesalonicenses 2:2)
¿Qué causó esta violenta oposición? Pablo y Silas no eran escandalosos o provocativos, ni andaban robando iglesias.
Más tarde, en una carta a los de Tesalónica que siguieron al Señor, Pablo escribió: “Porque nuestra exhortación no procedió de error ni de impureza, ni fue por engaño…no como para agradar a los hombres, sino a Dios, que prueba nuestros corazones. Porque nunca usamos de palabras lisonjeras, como sabéis, ni encubrimos avaricia; Dios es testigo…antes fuimos tiernos entre vosotros, como la nodriza que cuida con ternura a sus propios hijos…hubiéramos querido entregaros no sólo el evangelio de Dios, sino también nuestras propias vidas; porque habéis llegado a sernos muy queridos” (1 Tesalonicenses 2:3-8). Estas personas religiosas que durante años habían actuado de manera recatada y amante de Dios ahora estaban enfurecidos. Se convirtieron en una turba enojada, asaltando la casa de Jasón y alborotando a la gente y los gobernantes de la ciudad (Ver Hechos 17). La causa de toda esta contienda era esta palabra inflexible: “Hay otro rey: Jesús.” (Hechos 17:7)
Entonces Pablo, el alborotador, entró en escena y en tan sólo tres semanas de predicar del reinado de Jesús, revolucionó toda esa zona de Tesalónica. Sabía por experiencia que sólo unos pocos devotos escucharían la exigente palabra de Cristo y que la mayoría no renunciaría a sus rígidas tradiciones religiosas. También sabía que se llenarían de envidia y odio hacia todo lo que perturbara su forma de hacer las cosas. Pablo declaró que la predicación de su evangelio causó discordia: “Tuvimos denuedo en nuestro Dios para anunciaros el evangelio de Dios en medio de gran oposición” (1 Tesalonicenses 2:2)
¿Qué causó esta violenta oposición? Pablo y Silas no eran escandalosos o provocativos, ni andaban robando iglesias.
Más tarde, en una carta a los de Tesalónica que siguieron al Señor, Pablo escribió: “Porque nuestra exhortación no procedió de error ni de impureza, ni fue por engaño…no como para agradar a los hombres, sino a Dios, que prueba nuestros corazones. Porque nunca usamos de palabras lisonjeras, como sabéis, ni encubrimos avaricia; Dios es testigo…antes fuimos tiernos entre vosotros, como la nodriza que cuida con ternura a sus propios hijos…hubiéramos querido entregaros no sólo el evangelio de Dios, sino también nuestras propias vidas; porque habéis llegado a sernos muy queridos” (1 Tesalonicenses 2:3-8). Estas personas religiosas que durante años habían actuado de manera recatada y amante de Dios ahora estaban enfurecidos. Se convirtieron en una turba enojada, asaltando la casa de Jasón y alborotando a la gente y los gobernantes de la ciudad (Ver Hechos 17). La causa de toda esta contienda era esta palabra inflexible: “Hay otro rey: Jesús.” (Hechos 17:7)