EL TESTIMONIO DE PENTECOSTÉS

Casi todos los sermones acerca del Pentecostés se enfocan las señales y maravillas hechas por los apóstoles. O, ponen énfasis en los 3,000 que fueron salvos en un día, o las lenguas y la aparición de fuego. Pero no oímos acerca del acontecimiento que fue la mayor maravilla de todas. Este acontecimiento llevó a multitudes de regreso a sus naciones con una impresión viva, inequívoca de quién es Jesús.

Tú has oído de señales y prodigios. Quiero hablarte acerca de las “señales maravillosas” de esta historia. De la noche a la mañana, miles de letreros que decían “SE VENDE” aparecieron delante de casas por toda Jerusalén y alrededores. La escritura dice: “Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno…no había entre ellos ningún necesitado; porque todos los que poseían heredades o casas, las vendían, y traían el precio de lo vendido, y lo ponían a los pies de los apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad” (Hechos 2:44-45; 4:34-35).

¿Puedes imaginar esta escena en Jerusalén? Cantidades de casas, tierras y fincas eran repentinamente vendidas. Artículos del hogar también estaban siendo vendidos: muebles, ropa, artesanía, ollas y sartenes, obras de arte. En las calles, en los mercados, en cada puerta de la ciudad, cientos de anuncios debían de decir: “Artículos en Venta” Esta tuvo que haber sido ser la venta de garaje más grande en la historia de Jerusalén.

No hay evidencia en las Escrituras de que las casas que se vendían eran las casas donde sus propietarios moraban como dirección principal. Y no hay ninguna mención de vida comunal. Si eso hubiera ocurrido, se habría colocado una carga insoportable sobre la Iglesia. La Palabra de Dios les mandó claramente que provean para sus familias e hijos. Estos creyentes no podrían haber cumplido dichos mandamientos si no tuvieran sus propias casas. Además, leemos que tenían comunión en sus casas, “partiendo el pan en las casas” (2:46). Es evidente que estas personas todavía eran dueñas de sus casas.

No, los bienes que ellos vendieron eran cosas que tenían por encima de sus necesidades, cosas no esenciales para vivir. En algunos casos, estas cosas probablemente habían tomado el control de áreas en los corazones de sus dueños. Así que los bienes eran vendidos, convertidos en dinero efectivo y donados para mantener a las viudas de la iglesia, a los huérfanos y a los desamparados.

Este era el testimonio de Pentecostés. El mundo veía a aquellos creyentes con poder amándose los unos a los otros, vendiendo sus bienes, dando al necesitado. Y esto es exactamente lo que el Espíritu Santo quería de ellos. Él deseaba un testimonio vivo del amor de Dios al mundo. Estaban proclamando el evangelio de Cristo por sus acciones.