CONTEMPLANDO LA GLORIA DE DIOS
Dios permitió que Moisés viera Su gloria para que el fuera cambiado por ella. Y lo mismo se aplica a nosotros hoy. ¡Dios nos revela Su gloria para que, al verla, seamos cambiados en Su propia imagen!
Hoy, Jesucristo es la imagen explícita de quien Dios es. Cuando nuestro Señor se hizo carne, fue una revelación plena de la misericordia, gracia, bondad y disposición a perdonar del Padre celestial. Dios envolvió toda su naturaleza y carácter en Jesús, y cualquier revelación de Su gloria es para cambiarnos y hacer de nosotros una expresión de Cristo.
El apóstol Pablo entendió muy bien el propósito y efecto de ver la gloria de Dios. Él la vio como poder para cambiar a aquel que la contempla, para revolucionar la vida de todo seguidor de Cristo. “Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2 Corintios 3:18).
Pablo nos dice, "Una vez que recibas esta revelación de la gloria de Dios, de su amor, misericordia, gracia, paciencia y disposición a perdonar, el Espíritu Santo abrirá tus ojos continuamente para que aprecies más de estos aspectos de Su naturaleza y carácter. ¡Tendrás una revelación de Dios siempre en aumento, en la forma en que Él quiere ser conocido por ti!"
Entonces Pablo dice en un tono mucho más fuerte: “Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él, alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos” (Efesios 1:17-18).
Amado, Dios nos quiere decir, “Moisés entendió mi gloria, y ahora quiero que tú la entiendas. Quiero abrir tus ojos por mi Espíritu para mostrarte quien soy. No soy tan sólo un Dios de ira y juicio. ¡Mi naturaleza es amor!”
“Para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios” (Efesios 3:17-19).
Hoy, Jesucristo es la imagen explícita de quien Dios es. Cuando nuestro Señor se hizo carne, fue una revelación plena de la misericordia, gracia, bondad y disposición a perdonar del Padre celestial. Dios envolvió toda su naturaleza y carácter en Jesús, y cualquier revelación de Su gloria es para cambiarnos y hacer de nosotros una expresión de Cristo.
El apóstol Pablo entendió muy bien el propósito y efecto de ver la gloria de Dios. Él la vio como poder para cambiar a aquel que la contempla, para revolucionar la vida de todo seguidor de Cristo. “Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2 Corintios 3:18).
Pablo nos dice, "Una vez que recibas esta revelación de la gloria de Dios, de su amor, misericordia, gracia, paciencia y disposición a perdonar, el Espíritu Santo abrirá tus ojos continuamente para que aprecies más de estos aspectos de Su naturaleza y carácter. ¡Tendrás una revelación de Dios siempre en aumento, en la forma en que Él quiere ser conocido por ti!"
Entonces Pablo dice en un tono mucho más fuerte: “Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él, alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos” (Efesios 1:17-18).
Amado, Dios nos quiere decir, “Moisés entendió mi gloria, y ahora quiero que tú la entiendas. Quiero abrir tus ojos por mi Espíritu para mostrarte quien soy. No soy tan sólo un Dios de ira y juicio. ¡Mi naturaleza es amor!”
“Para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios” (Efesios 3:17-19).