LA VIDA NO ESTÁ EN LA CAPARAZÓN

Nuestros cuerpos mortales no son más que una caparazón, y la vida no está en la caparazón. La caparazón no es para tenerla siempre, sino es un confinamiento temporal que envuelve una fuerza de vida que está creciendo y madurando. El cuerpo es una caparazón que actúa como un guardián transitorio de la vida que hay adentro. La caparazón es sintética en comparación a la vida eterna que reviste.

Cada verdadero Cristiano ha sido saturado con vida eterna. Ha sido plantada como una semilla en nuestros cuerpos mortales y está constantemente madurando. Está en nosotros un proceso de desarrollo que está siempre creciendo, siempre expandiéndose – y debe eventualmente salir de la caparazón para llegar a ser una nueva forma de vida. Esta gloriosa vida de Dios en nosotros ejerce presión en la caparazón, y en el momento mismo de que la vida de resurrección está madura, la caparazón se rompe. Los límites artificiales se rompen y, como un pollito recién nacido, el alma se libera de su prisión. ¡Alabado sea el Señor!

La muerte es simplemente la rotura de la caparazón frágil. En el momento preciso que nuestro Señor decide que nuestra caparazón ha cumplido su función, entonces los hijos de Dios abandonan sus cuerpos viejos y corrompidos de vuelta al polvo de donde vinieron. ¿Quién pensaría en recoger los pedazos fragmentados de la caparazón del huevo y forzar al polluelo recién nacido de vuelta a su estado original? ¿Y quién pensaría en pedirle a un ser amado que se ha muerto, que deje su nuevo y glorificado cuerpo – hecho en la misma imagen de Cristo – y retornar a la caparazón deteriorada de la cual se ha liberado?

Pablo lo dijo: “Morir es ganancia” (Filipenses 1:21). Ese hablar es absolutamente extraño a nuestros vocabularios espirituales modernos. Nos hemos convertido en tales adoradores de la vida, que tenemos muy poco deseo de morir para estar con el Señor.

Pablo dijo, “Porque de ambas cosas estoy puesto en estrecho, teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor” (Filipenses 1:23-24). Pero, por el bien de edificar a los convertidos, él pensó que era mejor “quedarse en la caparazón.” O, como él lo dice, “quedar en la carne.”

¿Era Pablo morboso? ¿Tenía él una fijación malsana con la muerte? ¿Mostró Pablo una falta de respeto por la vida con la cual Dios lo había bendecido? ¡Absolutamente no! Pablo vivió su vida plenamente. Para él, la vida era un regalo, y él la usó bien para pelear la buena batalla. Él había vencido el miedo al “aguijón de la muerte” y podía ahora decir, “Es mejor morir para estar con el Señor, que quedarme en la carne.”