LA LIBERTAD DE LA ESCLAVITUD AL PECADO DEBE DE SER ACEPTADA POR FE

Fe es algo que usted hace por lo que sabe. El conocimiento no significa nada si no se actúa sobre lo que se conoce.

El pueblo de Israel recibió las buenas noticias de que Dios les había dado Canaán como su tierra. Esa información no hubiera significado nada para todos ellos si se hubiesen quedado en Egipto como esclavos. Pero la Biblia dice, “Por la fe [ellos] dejó a Egipto…Por la fe pasaron el Mar rojo (Hebreos 11:27, 29).

Los Israelitas no marcharon hasta el borde de Canaán, disparando flechas y esperando que los ejércitos enemigos cayeran muertos. La tierra era de ellos, pero tenían que poseerla “matando al enemigo uno por uno.”

¿Qué tiene esto que ver con mi victoria sobre la garra del pecado? ¡Tiene todo que ver! Cristo ya arregló la disputa de la esclavitud al pecado, declarándolo a usted emancipado de ese dominio, pero usted tiene que creerlo hasta el punto en que usted haga algo sobre eso.

No es suficiente decir, “Sí, yo creo que Cristo perdona los pecados. Yo creo que él es Señor. Yo sé que él puede romper el poder del pecado en mi vida.” Usted está mentalmente consintiendo a lo que ha escuchado, pero fe es más que eso. Fe es salir apoyado en esa promesa de libertad y actuando en base a ella.

Los creyentes vencen el poder maligno de este mundo a través de la fe. La verdadera fe es la única cosa que puede ayudarle a pararse con confianza contra los poderes de la tentación. El dominio propio es posible sólo cuando, por fe, la verdad de ser emancipado es aceptada.

“Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos. Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe” (1 Juan 5:3-4).

“Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar; al cual resistid firmes en la fe, sabiendo que los mismos padecimientos se van cumpliendo en vuestros hermanos en todo el mundo. Mas el Dios de toda gracia, que nos llamó a su gloria eterna en Jesucristo, después que hayáis padecido un poco de tiempo, él mismo os perfeccione, afirme, fortalezca y establezca. A él sea la gloria y el imperio por los siglos de los siglos” (1 Pedro 5:8-11).