ESTAMOS MUY AFERRADOS AL MUNDO

¿Ha notado usted que hoy en día no se escucha mucho acerca del cielo o acerca de dejar este viejo mundo atrás? En lugar de eso, estamos bombardeados con mensajes de cómo usar nuestra fe para adquirir más cosas. “El próximo avivamiento,” dijo un maestro muy conocido, “será un avivamiento financiero. Dios va a derramar bendición financiera sobre todos los creyentes.”

Cualquier mensaje sobre la muerte nos molesta. Tratamos de ignorar el aún pensar sobre eso y pensamos que aquellos que hablan de ello son morbosos. Ocasionalmente hablamos acerca de cómo es el cielo, pero la mayoría del tiempo, ese tema es un tabú.

¡Qué concepto atrofiado de los propósitos eternos de Dios! No es de maravillarse por qué tantos Cristianos están aterrados de pensar en la muerte. La verdad es que estamos lejos de entender el llamado de Cristo a abandonar el mundo y todos sus enredos. Él nos llama a venir y morir – morir sin construir monumentos recordatorios de nosotros. A morir sin preocuparnos de cómo seremos recordados. Jesús no dejó ninguna autobiografía – ni edificios corporativos – ni universidades ni Institutos Bíblicos. Él no dejó nada más para perpetuar su memoria sino el pan y el vino.

Cuán diferentes eran los primeros Cristianos. Pablo habló mucho de la muerte. De hecho, nuestra resurrección de los muertos es referida en el Nuevo Testamento como nuestra bienaventurada esperanza. Pero hoy en día, la muerte es considerada como una intrusa que nos priva de la buena vida a la cual nos hemos acostumbrado. Hemos llenado nuestras vidas de tantas cosas materiales, que estamos hundidos. Ya no podemos soportar la idea de dejar nuestras hermosas casas, nuestras cosas bonitas, nuestras dulces esposas. Parecería que pensamos, “Morirme ahora sería una gran pérdida. Yo amo al Señor – pero necesito tiempo para disfrutar mi hacienda. Acabo de casarme. Necesito ir a probar mis bueyes. Necesito más tiempo.”

¿Cuál es la revelación más grande de la fe, y cómo se la debe ejercer? Usted la puede encontrar en Hebreos: “Conforme a la fe murieron todos estos…y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra…Pero anhelaban una [patria] mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad” (Hebreos 11:13 y 16).