DE PIE, FIRMES

Cada victoria que ganamos sobre la carne y el diablo, será pronto seguida por una tentación y ataque aún mayores. Satanás simplemente no se va a rendir en su guerra contra nosotros. Si lo derrotamos una vez, el redoblará sus fuerzas para volver inmediatamente a atacarnos. Y de pronto nos encontramos en una guerra espiritual que pensábamos que ya habíamos ganado.

 

La Escritura nos dice: “los sirios se pusieron en orden de batalla contra David y pelearon contra él” (2 Samuel 10:17). Repentinamente, David enfrentaba al mismo enemigo antiguo, uno que pensó que ya había derrotado definitivamente. Es importante que notemos que David no estaba viviendo en pecado en ese momento. El era un hombre de Dios, que caminaba en el temor de Dios. Sin embargo, David también era un ser humano y lo que estaba sucediendo debió haberlo confundido terriblemente, ¿Por qué Dios permitiría que el mismo enemigo venga otra vez en contra de él?

 

¿Se ha puesto usted en el lugar de David? Orando: “Señor, todo lo que quiero es agradarte, obedecer tu Palabra y hacer lo correcto. Tú sabes que yo ayuno, oro y amo tu Palabra. Jamás quisiera ofenderte, entonces ¿por qué estoy siendo tentando tan severamente? ¿Por qué estoy enfrentando esta misma batalla con un enemigo antiguo?”

 

“Desde el día en que puse jueces sobre mi pueblo Israel; y a ti te daré descanso de todos tus enemigos. Asimismo Jehová te hace saber que él te hará casa. Y cuando tus días sean cumplidos, y duermas con tus padres, yo levantaré después de ti a uno de tu linaje, el cual procederá de tus entrañas, y afirmaré su reino.” (2 Samuel 7:11-12).

 

En medio de su confusión y su examen de conciencia, David recordó la promesa que Dios le había hecho (ver 2 Samuel 7:11–12). Así que, mientras el diablo le mostraba todas las armas del infierno a David, El Señor le mostraba que aún, antes de que él entrara en la batalla, saldría victorioso. David dejó de mirar al enemigo que se acercaba, por el contrario, él se gozaba en la revelación de la misericordia de Dios.  Eso es lo Dios desea para cada uno de sus hijos, cuando el enemigo viene a ellos como un río el Señor lo “impide” con su amor. En otras palabras, Él viene a ellos y les dice: “Yo te prometí que saldrías de esto de pie. Quizás estás herido, pero eso no importa. Yo ya te hice victorioso”.