EL HORNO DE LA AFLICCIÓN

“Si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados. Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Romanos 8:17-18). El apóstol Pablo está diciendo que en comparación a la luz de la gloria que le espera, ¿qué es su prueba?

Igualmente, Él quiere que tornemos nuestros ojos del sufrimiento presente y los fijemos en lo que vendrá, lo cual, cambiará todo. Un minuto en nuestra nueva habitación, dice Pablo, no recordaremos lo que sucedió antes. Su punto es comenzar a alabar ahora, regocijándonos por el gozo que nos espera. “Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él [de Jesús], sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre” (Hebreos 13:15).

Dios ha escogido a aquellos “purificados…no como a plata; te he escogido en horno de aflicción” (Isaías 48:10).

El pueblo a quien Isaías ofreció su visión de un nuevo mundo acababa de soportar la furia de un enemigo feroz. Ahora estaban tambaleándose de su tribulación, atados por el temor y el cansancio. Ellos sentían que Dios los había abandonado y tenían miedo de lo que el futuro les deparaba.

Así que ¿qué palabra les envió Dios? Es la misma palabra que le da hoy a Su pueblo: “¡Despiértense! No están acabados, como piensan. El Señor, su fortaleza, esta todavía con ustedes. Así que, levántense del polvo del desaliento y siéntense en el lugar celestial que les he prometido. No han perdido su justicia, así que vístanse con sus mantos. Sacúdanse, háblense a si mismos, dense un sermón. Y díganle a la carne y al diablo: “Soy más que vencedor a través del que me salvó.” (Isaías 52:1-3, parafraseado)

“Y los fundiré como se funde la plata, y los probaré como se prueba el oro. El invocará mi nombre, y yo le oiré, y diré: Pueblo mío; y él dirá: Jehová es mi Dios” (Zacarías 13:9).