EL SEÑOR GUARDA SU PALABRA

Nunca me he sentido más indefenso y ansioso que cuando volvimos a la ciudad de Nueva York para iniciar la iglesia “Times Square”. Una vez más, estábamos a expensas de los horarios de los terratenientes y de los superintendentes de edificaciones. Cuando tuve que esperar, me volví impaciente y clamé: “Señor, hay tanto que hacer en Nueva York y tan poco tiempo. ¿Cuánto tiempo tenemos que esperar?”.
Sin embargo, vez tras vez Dios me respondía pacientemente: “David, ¿confías en mí?”.
Ustedes han oído la expresión: “La parte más difícil de la fe es la última media hora”. Yo puedo dar testimonio de mis años en el ministerio, de que el período de mayor prueba siempre es justo antes de que Dios lleve a cabo su liberación.
Hay implicaciones serias cuando no esperamos que Dios actúe. De hecho, con demasiada frecuencia en momentos así, acusamos a Dios con negligencia. Saúl hizo esto cuando actuó impacientemente por su cuenta (ver 1 Samuel 13). Él estaba diciendo, en esencia: “Dios me envió a hacer su obra, pero ahora me ha dejado para que yo me encargue de que todo salga bien. Las cosas se están saliendo de control y pronto ya no habrá esperanza”.
¿Describe esto tu propio pensamiento, a veces? Se nos ordena que esperemos en el Señor y que confiemos en que él llevará a cabo nuestra liberación. Pero cuando nuestros plazos internos vencen, nos enojamos con Dios y nos hacemos daño a nosotros mismos. Al adelantarnos a él, estamos declarando: “Dios no se preocupa por mí, la oración y la espera no funcionan. No se puede confiar en su palabra”.
Sin embargo, Dios nos ha dado la responsabilidad de esperar en él en oración. Confía en él y di: “El Señor guarda su palabra, así que no voy a entrar en pánico, Dios me ha dicho que espere su dirección, y esperaré. Sea Dios veraz, y todo hombre mentiroso”. En nuestras pruebas, seamos hallados con esa postura de corazón. ¡No en pánico, sino en confianza!