¿ TESTIGOS SILENCIOSOS?
Pablo agitó las cosas al predicar a Jesús el Rey con el poder de la resurrección: "…en la plaza cada día con los que concurrían...les predicaba el evangelio de Jesús, y de la resurrección" (Hechos 17:17-18). Si hay un lugar donde los cristianos ocultan su luz más que en cualquier otro, es en su lugar de trabajo. Hay multitudes de cristianos en este país que se sientan en la casa de Dios para proclamar su intenso amor por Jesús, ¡pero cuando van a trabajar son tímidos y tienen vergüenza de Cristo!
¿Por qué hay un silencio tan cobarde acerca de Jesús en los cristianos que oran, que devoran la Palabra y andan en santidad? Porque, a diferencia de Pablo, nuestros corazones no se agitan al ver tanta gente entregada a la idolatría alrededor de nosotros (ver Hechos 7:16). No nos atrevamos a decir: "Pero Pablo era un predicador. Él fue llamado para hacer ese trabajo". Todos somos embajadores de Jesucristo y a todos se nos ha ordenado que jamás escondamos nuestra luz debajo de una mesa.
Estos atenienses eran exactamente como las personas con las que trabajas hoy, que "sólo pasaban el tiempo en decir o escuchar alguna cosa nueva" (Hechos 17:21-22). Así es para toda la nación: la mayor parte de los que te rodean en tu trabajo están entregados a la idolatría, al chisme y a todo tipo de superstición.
Pablo no fue desalentado por la magnitud del problema. No se vio abrumado por el poder de Satanás en la ciudad, porque sabía que tenía un arma secreta en contra de él: ¡El evangelio del poder de la resurrección! Pablo apartó la vista de lo que el diablo había hecho y ¡se enfocó en lo que Jesús podría haber hecho en el poder de la resurrección! No importaba que le llamaran "palabrero", es decir, un predicador de tonterías.
¿Alguna vez has te han llamado "palabrero"? ¿Alguna vez alguien te dijo: "¡Deja de violar mis derechos, deja de imponerme tu religión, deja de intentar hacerme pensar como tú!"? Ninguna de esas burlas podía detener a Pablo porque su corazón estaba sangrando. Él sabía que si no se ponía del lado de Cristo, aquellas personas alrededor de él, habrían muerto en sus pecados.
No es suficiente tan sólo vivir una vida recta o "predicar con el ejemplo". Durante demasiado tiempo nos hemos escondido detrás del viejo cliché: "Las acciones hablan más que las palabras". Decimos ser testigos silenciosos que viven la vida de Cristo. Pero nuestro testimonio debe incluir la Palabra hablada: "¡Voz de tus atalayas! Alzarán la voz…" (Isaías 52:8). "¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?" (Romanos 10:14).
¿Por qué hay un silencio tan cobarde acerca de Jesús en los cristianos que oran, que devoran la Palabra y andan en santidad? Porque, a diferencia de Pablo, nuestros corazones no se agitan al ver tanta gente entregada a la idolatría alrededor de nosotros (ver Hechos 7:16). No nos atrevamos a decir: "Pero Pablo era un predicador. Él fue llamado para hacer ese trabajo". Todos somos embajadores de Jesucristo y a todos se nos ha ordenado que jamás escondamos nuestra luz debajo de una mesa.
Estos atenienses eran exactamente como las personas con las que trabajas hoy, que "sólo pasaban el tiempo en decir o escuchar alguna cosa nueva" (Hechos 17:21-22). Así es para toda la nación: la mayor parte de los que te rodean en tu trabajo están entregados a la idolatría, al chisme y a todo tipo de superstición.
Pablo no fue desalentado por la magnitud del problema. No se vio abrumado por el poder de Satanás en la ciudad, porque sabía que tenía un arma secreta en contra de él: ¡El evangelio del poder de la resurrección! Pablo apartó la vista de lo que el diablo había hecho y ¡se enfocó en lo que Jesús podría haber hecho en el poder de la resurrección! No importaba que le llamaran "palabrero", es decir, un predicador de tonterías.
¿Alguna vez has te han llamado "palabrero"? ¿Alguna vez alguien te dijo: "¡Deja de violar mis derechos, deja de imponerme tu religión, deja de intentar hacerme pensar como tú!"? Ninguna de esas burlas podía detener a Pablo porque su corazón estaba sangrando. Él sabía que si no se ponía del lado de Cristo, aquellas personas alrededor de él, habrían muerto en sus pecados.
No es suficiente tan sólo vivir una vida recta o "predicar con el ejemplo". Durante demasiado tiempo nos hemos escondido detrás del viejo cliché: "Las acciones hablan más que las palabras". Decimos ser testigos silenciosos que viven la vida de Cristo. Pero nuestro testimonio debe incluir la Palabra hablada: "¡Voz de tus atalayas! Alzarán la voz…" (Isaías 52:8). "¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?" (Romanos 10:14).