REGOCÍJESE Y ESTÉ ALEGRE EN EL SEÑOR

Recientemente yo oré con una hermana querida en el Señor, la cual estaba muriendo de cáncer. Ella había estado con fuertes dolores por muchas semanas. Pero qué hermoso testimonio ella es para todos los que la conocen. No hay queja, no hay tristeza, ni duda de la grandeza y fidelidad del Señor. Ella me dijo que siente una atracción magnética hacia Jesús, y que ella está ahora “allá con Cristo” más que aquí en la tierra. Ella me bendijo con su esperanza regocijante y con su descanso en el Señor.

Yo una vez escuché decir a un ministro muy devoto, “Yo ya quiero terminar mi trabajo e irme de aquí.” Algunos que lo escucharon decir esto, dijeron que él estaba siendo malagradecido por el don de la vida. Pero el apóstol Pablo declaró virtualmente la misma cosa. El deseo constante de Pablo era estar con el Señor. Y, amados, es igual conmigo. Casi cada día yo le digo a Jesús, “Yo amo a mi familia y te agradezco por la vida. Pero no hay nada aquí que me satisface – ni familia, ni casas, tierras o riquezas. Nada aquí puede tocar mi necesidad. Este mundo es sólo como un espejismo. Mi anhelo es estar contigo, Señor, en la verdadera realidad.”

Yo les confieso que hay una cosa que yo temo más que cualquier otra cosa en mi vida: el pecado de la codicia. Cuán gran maldición este pecado es: el amor por las cosas de este mundo, la lujuria por mayores y mejores posesiones materiales.

La codicia ha esclavizado los corazones de muchos Cristianos. Las personas parecen no estar satisfechas nunca, y sus deudas aumentan. Piensan que la prosperidad de nuestra nación nunca terminará. Los Americanos se han enloquecido en adquirir cosas. Ahora estamos en una euforia de gasto que aún ha sorprendido a los expertos.

Jesús nos advirtió que no nos aferremos a las cosas de este mundo. Debemos darle gracias por sus bendiciones, y de dar generosamente para las necesidades de los pobres. Pero nunca debemos dejar que nada de este mundo nos robe el corazón. Debemos de estar dispuestos a perderlo todo y aún así regocijarnos en la fidelidad de Dios.

Dios no quiere que nos sintamos culpables por sus bendiciones que nos da, mientras no las consumamos todas en nosotros mismos y en nuestra familia, y lo acaparemos todo. Que el anhelo de nuestro corazón sea no por las cosas de este mundo, sino por estar en la presencia de Jesús – la verdadera realidad.