ROGAD AL SEÑOR DE LA MIES
Cuando Jesús miró los tiempos desde sus días hasta los últimos días, advirtió sobre un terrible problema. Dijo a sus discípulos: “A la verdad la mies es mucha, mas los obreros pocos” (Mateo 9:37).
Mientras leo estas palabras, me pregunto: “¿Cuál es la solución? ¿Cómo se pueden preparar más obreros para que vayan a las naciones?” Jesús dio inmediatamente la respuesta, en el siguiente versículo: Alguien debe orar para que estos obreros vayan a la cosecha. “Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies” (Mateo 9:38).
Usted pensará: “Las puertas en todo el mundo se están cerrando”. Puede ser cierto, pero no importa cuán cerradas estén algunas naciones a nuestros ojos. Si Dios puede destruir la Cortina de Hierro en Europa y la Cortina de Bambú en el Asia, nada puede impedir que Él obre donde quiera.
En la década de los ochenta, cuando nuestro ministerio estaba ubicado en Texas, pasé un año orando para que Dios enviara a alguien a la ciudad de Nueva York, alguien que levantase una iglesia en Times Square. Prometí ayudar a quien sea que Dios escogiera: enviando dinero, organizando reuniones, levantando un respaldo económico. Pero, mientras yo estaba orando para que Dios envíe un obrero a una cosecha en particular, el Señor puso la carga sobre mí.
El apóstol Pablo fue enviado como misionero a través del poder de la oración. Sucedió en Antioquía, donde los líderes de una iglesia oraban por la cosecha (ver Hechos 13:2-6). El primer viaje misionero de Pablo fue el producto de una reunión de oración. Fue el resultado directo de hombres piadosos obedeciendo las palabras de Jesús, de orar a Dios para que envíe obreros a la cosecha.
Lo mismo es cierto hoy. Debemos estar orando por la cosecha, tal como esos hombres de Dios en Antioquía lo hicieron. El hecho es que, mientras oramos, el Espíritu Santo está buscando en la Tierra, poniendo un sentido de urgencia en los corazones de aquéllos que desean ser usados por Dios; tocando a su pueblo por doquier, apartándolos para Su servicio.
En Mateo 8, un centurión vino a Jesús para pedir la sanidad de su siervo agonizante. Cristo le respondió: “Ve, y como creíste, te sea hecho. Y su criado fue sanado en aquella misma hora” (Mateo 8:13). Creo que lo mismo sucede con todos los que interceden por la cosecha. Mientras le pedimos a Dios que envíe obreros, el Espíritu Santo está despertando el corazón de alguien en algún lugar y no interesa dónde sucede. La poderosa verdad es que nuestras oraciones están sirviendo para enviar obreros a la mies.
Mientras leo estas palabras, me pregunto: “¿Cuál es la solución? ¿Cómo se pueden preparar más obreros para que vayan a las naciones?” Jesús dio inmediatamente la respuesta, en el siguiente versículo: Alguien debe orar para que estos obreros vayan a la cosecha. “Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies” (Mateo 9:38).
Usted pensará: “Las puertas en todo el mundo se están cerrando”. Puede ser cierto, pero no importa cuán cerradas estén algunas naciones a nuestros ojos. Si Dios puede destruir la Cortina de Hierro en Europa y la Cortina de Bambú en el Asia, nada puede impedir que Él obre donde quiera.
En la década de los ochenta, cuando nuestro ministerio estaba ubicado en Texas, pasé un año orando para que Dios enviara a alguien a la ciudad de Nueva York, alguien que levantase una iglesia en Times Square. Prometí ayudar a quien sea que Dios escogiera: enviando dinero, organizando reuniones, levantando un respaldo económico. Pero, mientras yo estaba orando para que Dios envíe un obrero a una cosecha en particular, el Señor puso la carga sobre mí.
El apóstol Pablo fue enviado como misionero a través del poder de la oración. Sucedió en Antioquía, donde los líderes de una iglesia oraban por la cosecha (ver Hechos 13:2-6). El primer viaje misionero de Pablo fue el producto de una reunión de oración. Fue el resultado directo de hombres piadosos obedeciendo las palabras de Jesús, de orar a Dios para que envíe obreros a la cosecha.
Lo mismo es cierto hoy. Debemos estar orando por la cosecha, tal como esos hombres de Dios en Antioquía lo hicieron. El hecho es que, mientras oramos, el Espíritu Santo está buscando en la Tierra, poniendo un sentido de urgencia en los corazones de aquéllos que desean ser usados por Dios; tocando a su pueblo por doquier, apartándolos para Su servicio.
En Mateo 8, un centurión vino a Jesús para pedir la sanidad de su siervo agonizante. Cristo le respondió: “Ve, y como creíste, te sea hecho. Y su criado fue sanado en aquella misma hora” (Mateo 8:13). Creo que lo mismo sucede con todos los que interceden por la cosecha. Mientras le pedimos a Dios que envíe obreros, el Espíritu Santo está despertando el corazón de alguien en algún lugar y no interesa dónde sucede. La poderosa verdad es que nuestras oraciones están sirviendo para enviar obreros a la mies.