EL PRÓDIGO Y SU PADRE
Creo que el hijo pródigo volvió a su hogar, a causa de su historia con su padre. Este joven conocía el carácter de su padre y aparentemente había recibido mucho amor de parte de él. De otra forma, ¿por qué regresaría donde un hombre que se habría airado y vengado, que le habría golpeado y obligado a devolver hasta el último centavo que se llevó?
De seguro, el pródigo sabía que si regresaba, no sería reprendido ni condenado por sus pecados. Quizás pensó: “Sé que mi padre me ama. No me echaría mi pecado en mi cara. Me aceptaría de vuelta”. Cuando uno tiene ese tipo de historia, uno siempre puede volver a casa.
Note cómo el padre del pródigo le “sale al encuentro” con la bendición del bien. El joven estaba dispuesto a ofrecer una confesión de corazón a su padre, porque la estuvo ensayando durante todo el camino de regreso. Sin embargo, cuando se encontró con su padre, ni siquiera tuvo la oportunidad de confesar todo. Su padre lo interrumpió, corriendo hacia él y abrazándolo.
“Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó” (Lucas 15:20). El padre estaba tan feliz por el regreso de su hijo, que lo llenó de besos, y dijo: “Te amo hijo. Ven a casa y sé restaurado”.
El padre hizo todo esto, antes de que su hijo pudiera terminar su confesión. El joven pudo liberar sólo la primera parte de su discurso. Pero su padre no esperó a que terminara. Para él, el pecado del joven había sido ya arreglado. La única reacción del padre fue emitir una orden a sus siervos: “Pónganle un vestido a mi hijo y anillos en sus dedos. Preparen una fiesta, porque vamos a celebrar. ¡Alégrense todos, porque mi hijo está en casa!”.
El pecado no era el asunto para este padre. El único asunto en su mente era el amor. El quería que su muchacho supiera que era aceptado, aun antes de poder pronunciar su confesión. Y ése es el punto que Dios quiere mostrarnos a todos: Su amor es más grande que nuestros pecados. “Su benignidad te guía al arrepentimiento” (Romanos 2:4).
De seguro, el pródigo sabía que si regresaba, no sería reprendido ni condenado por sus pecados. Quizás pensó: “Sé que mi padre me ama. No me echaría mi pecado en mi cara. Me aceptaría de vuelta”. Cuando uno tiene ese tipo de historia, uno siempre puede volver a casa.
Note cómo el padre del pródigo le “sale al encuentro” con la bendición del bien. El joven estaba dispuesto a ofrecer una confesión de corazón a su padre, porque la estuvo ensayando durante todo el camino de regreso. Sin embargo, cuando se encontró con su padre, ni siquiera tuvo la oportunidad de confesar todo. Su padre lo interrumpió, corriendo hacia él y abrazándolo.
“Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó” (Lucas 15:20). El padre estaba tan feliz por el regreso de su hijo, que lo llenó de besos, y dijo: “Te amo hijo. Ven a casa y sé restaurado”.
El padre hizo todo esto, antes de que su hijo pudiera terminar su confesión. El joven pudo liberar sólo la primera parte de su discurso. Pero su padre no esperó a que terminara. Para él, el pecado del joven había sido ya arreglado. La única reacción del padre fue emitir una orden a sus siervos: “Pónganle un vestido a mi hijo y anillos en sus dedos. Preparen una fiesta, porque vamos a celebrar. ¡Alégrense todos, porque mi hijo está en casa!”.
El pecado no era el asunto para este padre. El único asunto en su mente era el amor. El quería que su muchacho supiera que era aceptado, aun antes de poder pronunciar su confesión. Y ése es el punto que Dios quiere mostrarnos a todos: Su amor es más grande que nuestros pecados. “Su benignidad te guía al arrepentimiento” (Romanos 2:4).