NUESTRA GRAN PROTECCIÓN

Cuando estés en medio de una batalla, Satanás te enviará acusaciones. Te recordará cada pecado pasado, cada momento oscuro y cada tontería que hayas hecho. No es de extrañar que Pablo llame a tales acusaciones flechas en llamas o “dardos de fuego” (Ver Efesios 6:16). La traducción es “furia enardecida”. Muchos santos conocen el dolor de las palabras maliciosas e hirientes que vienen de aquellos que les rodean. Tales acusaciones irreflexivas son verdaderas flechas ardientes de furia enardecida.
A veces puedes pensar que eres el único que sufre un ataque tan severo. En esos tiempos te sientes solo y aislado en tu sufrimiento. Incluso aquellos que más se preocupan por ti parecen no entender todo lo que estás pasando.
El apóstol Pedro nos recuerda: “Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría” (1 Pedro 4:12-13).
Finalmente, Pablo nos instruye: “Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar [extinguir] todos los dardos de fuego del maligno.” (Efesios 6:16).
¿Qué es exactamente el escudo de la fe? Es una armadura impenetrable construida por las promesas de Dios y bruñida con nuestra fe. Este escudo es nuestra gran protección contra toda palabra diabólica e hiriente que se habla en nuestra contra. Sostenerlo contra el ataque del enemigo es extinguir toda voz de miedo e incredulidad. Es una defensa que afirma con confianza: “Diablo, no soy ignorante de sus maquinaciones. Nada –ni el intenso dolor, ni las finanzas inestables, ni el caos mundial- pueden separarme del amor de Dios”.