NO HAY SALIDA HUMANA

Hablemos sobre la esclavitud del pecado, es decir, tu batalla con la carne. Bajo el Nuevo Pacto, Dios permite que pasemos por situaciones para mostrarnos cuán indefensos somos y cuánto dependemos de Él, para ser librados a través de la fe. Dios nunca nos conduce a la tentación, pero a veces, Él permite que lleguemos al final de nuestra capacidad.
Si tienes un pecado que te asedia, espíritus mentirosos vienen contra ti continuamente, con mentiras demoníacas: “No lo lograrás, ¡te hundirás!, acabarás destruido”. Te preguntas: “Señor, ¿cómo me levantaré de esto? ¡He caído tan bajo!”.
Sabes que no puedes escapar del enemigo y que no eres rival para él en una pelea. Así que estás delante de él, encogiéndote, temblando, aterrado. Quizás corres a amigos o consejeros, a cualquiera que te escuche mientras lloras y oras. Estás haciendo todo menos permanecer quieto y confiar en que el Señor traerá liberación.
El Antiguo Testamento nos da ejemplo tras ejemplo de cómo no tenemos poder en nuestra carne para luchar batallas espirituales. Nuestro viejo hombre es absolutamente débil e impotente, pero tenemos a un hombre nuevo dentro de nosotros y él debe someter su vida totalmente a las manos del Señor. Este nuevo hombre entiende que no hay salida humana y que Dios tiene que hacer toda la lucha por él. Resistimos al diablo por el poder del Espíritu Santo, el cual es revelado en nosotros sólo por fe.
“No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo” (Isaías 41:10).