ENFRENTANDO LAS DEMANDAS DE LA CRUZ

Nadie puede estar bajo el Señorío de Cristo hasta que enfrente las demandas de la Cruz del Calvario.

Me doy cuenta de esta verdad cada vez que voy a predicar. Cada semana mientras miro a la congregación desde el pulpito, esparcidos entre los fieles creyentes enfrento a inconversos quienes han entrado aquí por primera vez. Algunos de ellos son exitosas personas de negocios, diligentes y artífices de su propio éxito. Otros vienen de todos los ámbitos de la sociedad. Sin embargo todos están cargados con pecados secretos. Estas personas viven como les place, no están bajo ninguna autoridad espiritual, sin embargo están vacíos y desilusionados. Se han cansado de perseguir los placeres que nunca satisfacen.

Podría predicarles todo tipo de sermones acerca de principios y reglas de comportamiento, o de cómo lidiar con el estrés, o como tratar con el temor y la culpa. Pero ninguna prédica de este tipo “saca a nadie del mundo”. No cambia el corazón de nadie.

Simplemente tengo que decirle al inconverso que su voluntad propia, su confianza en sí mismo y tenaz lucha por hacerlo todo a su manera lo destruirá. Y al final, le traerá tormento eterno.

Si yo no le doy este mensaje, entonces le he cerrado los cielos para siempre y lo he convertido doblemente un miembro del infierno. Su condición será peor que antes de que entrara por nuestras puertas.

Debo llevar a ese hombre cara a cara con el mensaje de ser crucificado a su independencia. Tengo que mostrarle que él tiene que salir de su engañoso mundo de bondad propia. Tengo que decirle que no hay camino a la paz en esta vida excepto a través de una entrega total al Rey Jesús.

De otra manera, he engañado a este hombre. Y he cometido el horrible pecado del peor tipo de orgullo: lo he contado como un “convertido” para hacerme ver bien. ¡Que nunca sea así!

Como ministro del evangelio de Jesucristo, estoy obligado a hablar Su verdad a todo aquel que se arrepiente verdaderamente: “Y también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2 Timoteo 3:12)