SOMOS CONTINUAMENTE TRANSFORMADOS

Nos guste o no, todos estamos en el proceso de cambiar, de una manera u otra. En el ámbito espiritual, no existe tal cosa como mera existencia, sino que estamos continuamente siendo cambiados para bien o para mal. Estamos siendo más como nuestro Señor o más como el mundo; o crecemos en Cristo o nos apartamos de Él.

Así que, ¿estás cambiando para tener un espíritu más dulce, más como Jesús? ¿Te miras seriamente al espejo cada día y oras: “Señor, quiero ser conformado más a tu imagen en cada área de mi vida?”

O ¿has permitido que la amargura haya echado raíz, convirtiéndose en rebelión y dureza de corazón? ¿Has aprendido a esconderte de la convincente voz del Espíritu de Dios? ¿Están saliendo de tu boca cosas que alguna vez pensaste que un cristiano era incapaz de pronunciar? ¿Te estás endureciendo más allá de la posibilidad de cambiar?

Si esto te describe, déjame decirte claramente: Nunca recibirás liberación hasta que cambies. Tu vida sólo será más caótica y tu situación empeorará. Deja de defender tu causa, señalando a otros, justificándote. Dios no te alcanzará hasta que despiertes y admitas: “Nada cambiará para mí a menos que yo sea quien cambie”.

Clama honestamente al Señor en oración: “Cámbiame, oh Señor. Escudríñame, muéstrame dónde he fallado y me he descarriado. Expón mi orgullo, mi ira, mi terquedad y mi pecado. Ayúdame a rendirlo todo.

¿Cuántos expertos, consejeros, noches de soledad y luchas infructuosas más tendrás que soportar antes de que despiertes a la verdad? Para que ocurra alguna sanidad o restauración, tienes que asumir responsabilidad. Tu milagro depende de que tú seas cambiado.

“Claman los justos, y Jehová oye, y los libra de todas sus angustias. Cercano está Jehová a los quebrantados de corazón; y salva a los contritos de espíritu. Muchas son las aflicciones del justo, pero de todas ellas le librará Jehová” (Salmos 34:17-19).